Los jóvenes, reclutados con la promesa de salarios elevados, tenían prohibido fraternizar y decir groserías, pese a que eran entrenados para matar. Por faltar a esa norma, dos de ellos fueron obligados a golpearse hasta que uno de los dos muriera, y cuando esto ocurrió, el vencedor fue asesinado de un balazo. Es inevitable pensar en la Roma cesariana y el Coliseo.
También es inevitable recordar, guardadas las diferencias, los campos de concentración nazis, sobre todo a la vista de zapatos, ropa, libros y otros objetos de quienes fueron asesinados y cremados en el rancho jalisciense Izaguirre, donde también se cometía abuso sexual infantil y se traficaba con órganos humanos.
Horror, ira, dolor, tristeza, indignación, rabia. Lo ocurrido en Teuchitlán, Jalisco, y la sola existencia del rancho maldito exhiben despiadadamente hasta qué extremos pueden llegar la maldad y la sevicia humanas. Ahí quienes no resistían la dureza del entrenamiento del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), morían o eran asesinados y sus cuerpos incinerados.
¿Cómo fue posible que un centro de entrenamiento del narco y tres crematorios pudieran funcionar durante años en el rancho Izaguirre, a sólo 40 km. de Guadalajara, sin que las autoridades se percataran? ¿Qué responden el hoy ex gobernador Enrique Alfaro, el actual alcalde José Ascensión Murguía y su antecesor? La respuesta, especulativa pero fundada en la lógica, es la complicidad de quienes eran parte directa de las atrocidades, o bien miraban para otro lado.
La ineficacia, deliberada o no, de esas autoridades es tan grande que el macabro hallazgo se debió al trabajo del colectivo Guerreros Buscadores, lidereado por Indira Navarro, a pesar de que las autoridades jaliscienses habían asegurado anteriormente el rancho. La Guardia Nacional también estuvo ahí, pero no investigó, al parecer, porque quienes debían hacerlo eran los jaliscienses.
Tiene razón el fiscal general Alejandro Gertz Manero al señalar su incredulidad en que “una situación de esa naturaleza no hubiera sido conocida por las autoridades locales de ese municipio y del estado”. No queda muy claro, en cambio, cómo la FGR puede hacer una investigación profunda para determinar si atrae o no el horrendo caso, sin antes atraerlo. Para llevar un asunto de delincuencia organizada ante un juez federal -explicó Gertz-, debe haber “una claridad absoluta sobre la federalidad de ese delito” y de ahí la necesidad de la indagación antes de la atracción.
Más allá del caso concreto de Teuchitlán, la dificultad de la lucha contra la delincuencia tiene como una de sus razones la ineficacia de las autoridades estatales y municipales, si bien esto no excluye, naturalmente, la responsabilidad de las federales.
Lograr la eficacia en el combate a los delitos del fuero común es crucial en la lucha contra la delincuencia porque representan -lo recordaba el fiscal general- 95% del total, en tanto que al fuero federal corresponde el 5% restante.
PLUS DIGITAL: TAMAULIPAS TAMBIÉN
Cuando el horror por Teuchitlán crecía a medida que se conocía más información y hablaban testigos y víctimas que salvaron la vida, se informó de otro hallazgo, ahora en Reynosa, Tamaulipas, también por el trabajo de un colectivo de madres rastreadoras.
Edith González, dirigente del colectivo Amor a los Desaparecidos, informó que, en un paraje de Reynosa, ubicado en el libramiento a Monterrey, Nuevo León, las buscadoras hallaron 14 puntos de concentración de restos óseos con segmentos calcinados, así como ropa y calzado. La búsqueda se inició como secuela de una comunicación anónima a las madres buscadoras.
Es de esperarse que tanto Edith González como Indira Navarro y otras figuras visibles de las madres buscadoras tengan una protección adecuada para evitar atentados contra ellas.
El hallazgo de Reynosa trajo a la memoria otro dramático caso, la matanza de migrantes de Centroamérica y Sudamérica cometida por el cártel de Los Zetas entre el 22 y el 23 de agosto de 2010, en el municipio tamaulipeco de San Fernando.
Fueron 72 los ejecutados entonces -58 hombres y 14 mujeres- en el ejido El Huizachal. Los migrantes fueron asesinados por la espalda y sus cuerpos abandonados a la intemperie, tras ser secuestrados por Los Zetas y retenidos también en un rancho, donde se negaron trabajar para el sangriento cártel del narcotráfico. Hubo dos sobrevivientes y uno de ellos, ecuatoriano, fue herido de bala y se fingió muerto para salvar su vida.
Tamaulipas, sin duda, ha sufrido mucho también por la violencia criminal.
POR EDUARDO R. HUCHIM
COLABORADOR
@EDUARDORHUCHIM
EEZ