El pasado 7 de febrero, el embajador de Japón en México, Kozo Honsei, invitó a los numerosos amigos de su país a conmemorar el cumpleaños 65 de Naruhito, el actual Emperador de Japón. Como sucede cada año, la ocasión fue motivo de gran celebración del gobierno y el pueblo japonés. De acuerdo con la milenaria tradición del país del sol naciente, y su Constitución vigente, el Emperador es el símbolo de la nación japonesa y de la unidad de su noble pueblo.
Naruhito es el ocupante 126, en una sucesión ininterrumpida, del trono imperial del Cristantemo, que dio inicio, según la tradición, con el ascenso del emperador Jimmu, en el año 660, antes de la era común, lo que convierte a la familia imperial japonesa en la más antigua del mundo. Naruhito asumió el trono imperial hace casi cinco años, el 1 de mayo de 2019, tras la abdicación de su padre, el emperador emérito Akihito. Naruhito fue su hijo mayor, y de la emperatriz Michiko. Su esposa es la emperatriz Masako. Tienen una hija, la princesa Aiko, de 23 años. Con el ascenso de Naruhito, inició la era “Reiwa”. Japón es una nación que valora las tradiciones porque posee una rica cultura milenaria.
Con la nación asiática México comparte una historia de más de 400 años de amistad, iniciada en 1609, cuando el entonces gobernador de las Filipinas, el poblano Rodrigo de Vivero y Aberruza (nacido en Tecamachalco, Puebla en 1564), naufragó en su viaje de retorno de Manila a la Nueva España, frente a las costas de Onjuku, un pequeño pueblo pesquero, muy cercano a Tokio, donde entonces gobernaba el Shogún, Tokugawa Ieyasu.
Las mujeres buscadoras de perlas de Onjuku eran las mejores buceadoras naturales del mundo. Podían sumergirse, obviamente sin ningún equipo, hasta treinta metros en el mar. En un gesto de humanismo extraordinario, salvaron de una muerte segura a Don Rodrigo y a 316 novohispanos más (de un total de 377), que viajaban en el Galeón San Francisco.
Las autoridades locales dieron cobijo a Don Rodrigo y sus cientos de acompañantes. Dos semanas después, fue recibido por el Shogún, quien dio la orden de construir un nuevo galeón, que fue bautizado como el “San Buenaventura”, para que pudieran volver a la Nueva España. Pero durante su estancia, que duró casi un año, Rodrigo de Vivero negoció con el Shogún unas “capitulaciones”, una serie de acuerdos, que incluían el establecimiento de relaciones comerciales y diplomáticas directas entre Japón y la Nueva España. El plan no funcionó porque el gobierno real en Madrid consideró que eso equivalía a darle la independencia a la Nueva España.
Pero Onjuku no olvidó a Don Rodrigo. En 1928, hace 95 años, construyó un obelisco de 18 metros de altura, frente al lugar del naufragio. Desde entonces, el gobierno local organiza un festival en que participan cientos de sus pobladores, docenas vestidos de Samurais o de Novohispanos, dedicado a “la llegada” de Don Rodrigo, en la que el embajador o embajadora de México, como lo es hoy Melba Pría, es la invitada de honor. Es una fiesta de “tomodachis” (1). El expresidente José López Portillo viajó a Onjuku en su visita de estado a Japón, en 1977, donde aún se le recuerda.
En 2009, se cumplían 400 años de la intempestiva llegada de Rodrigo de Vivero. Para conmemorar adecuadamente la fecha, con el apoyo de la Cancillería Japonesa (Gaimusho), el Alcalde de Onjuku, y las empresas niponas con inversiones en México, la embajada mexicana en Japón organizó una celebración para marcar el inicio de nuestros primeros contactos.
El emperador Naruhito era entonces el Príncipe Heredero de su país. Unos años antes, en 2006, había realizado su segunda visita a México, para asistir al Congreso Mundial del Agua, del que era presidente honorario. El ahora emperador tiene un interés muy especial en todo lo que se relaciona con el agua. Es un reconocido experto en el tema. Su tesis de Maestría, que cursó en la universidad de Oxford, la dedicó a la administración de las aguas del río Támesis.
La embajada de México le propuso que él encabezara el Comité conmemorativo del 400 aniversario de nuestras celebraciones. En un gesto muy inusual, que mostró su afecto sincero hacia nuestro país, el hoy emperador aceptó, y encabezó el programa de más de 30 eventos, que incluyeron encuentros gastronómicos, de internacionalistas, historiadores, arquitectos, sismólogos, pintores, científicos y genetistas, entre otros. El 30 de septiembre de ese año presidió, en la embajada de México, una conferencia especial sobre el naufragio, salvación, estancia de Rodrigo de Vivero en Japón, y sus conversaciones con el Shogún.
El emperador es un amigo sincero de México. Le deseamos una larga vida.
(1) “Tomodachi” significa “amigo” en japonés. Pero una mejor traducción al español que hablamos los mexicanos sería “cuate”, amigo entrañable. Creo que esa es la dimensión de la amistad que une a México y Japón, dos naciones que, en realidad, somos vecinas, aunque a través del océano pacífico.
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POR MIGUEL RUIZ CABAÑAS ES DIPLOMÁTICO DE CARRERA Y PROFESOR EN EL TEC DE MONTERREY
@MIGUELRCABANAS
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