Mi padre, que trabajó como formador en los talleres del viejo Excélsior, fue al primero que le escuché decir que The New York Times era el periódico ‘más influyente’. Después, cuando estudié periodismo y luego durante mi primera década como reportero, les escuché la misma cantaleta a diferentes profesores y colegas. Fue hasta inicios del milenio, cuando el diario se sumó a la campaña de Bush para invadir a Irak (mintió que Hussein tenía armas nucleares), que entendí que, como toda prensa hegemónica, el Times tenía una agenda política que disfrazaba de periodismo. O como dice Noam Chomsky sobre medios como el NYT: “determinan, seleccionan, moldean, controlan y restringen, con el fin de servir a los intereses de los grupos dominantes de élite de la sociedad”.
Sobran publicaciones controvertidas del diario. En diciembre de 2023, después de asegurar que Hamas había decapitado bebés durante su invasión armada en Israel, The New York Times publicó otro reportaje donde afirmaba que el grupo armado también había utilizado “la violencia sexual y de género como arma”. The Intercept cuestionó la perspicacia periodística de la autora del texto, una cineasta, quien escribió “que Israel debería violar cualquier norma, en el camino a la victoria”. Ante las críticas, el diario concluyó que “el material periodístico fue manejado de manera inapropiada”. Cuatro meses después, en abril de 2024, de nuevo The Intercept reveló un memorándum interno del NYT, donde se instruía a sus periodistas a reducir o eliminar términos como “genocidio”, “limpieza étnica” o “territorio ocupado” en la cobertura del exterminio sionista contra Palestina.
En febrero de 2024, el diario magnificó que autoridades estadounidenses habían investigado “acusaciones de vínculos del narco con aliados” del entonces presidente López Obrador. La reacción del ex mandatario —exhibir el número telefónico de las oficinas de la corresponsalía— provocó que diferentes periodistas de México —en su mayoría del progresismo neoliberal y colonizado— se solidarizaran con la coautora de la nota, Natalie Kitroeff, quien de nuevo está en boca del gobierno mexicano, ahora por ‘mostrar’ un supuesto laboratorio en Culiacán donde se ‘cocina’ el fentanilo.
Alguna vez visité una ‘cocina’ de metanfetamina al aire libre, en las afueras de Culiacán, cuando el fentanilo ni siquiera se nombraba. En ese tiempo, el ‘cocinero’ estaba vestido como si fuese a entrar a una planta nuclear. No sé si era parte de su performance, pero luego me contó que los gases podían matarlo si los respiraba. Ignoro qué le pasó a aquel ‘cocinero’, pero una fuente a quien consulto para esta columna me dice que sí, “que hay un chingo de cocinas” en todo Sinaloa, pero asegura que la mostrada por NYT es de metanfetas.
La presidenta Sheinbaum, que es una notable científica, ha retado al periódico y ha prometido demostrar cuán peligroso es producir fentanilo. Su objetivo es desmentir las imágenes del Times, donde un par de hombres ‘cocinan’ la droga con la misma facilidad que un chef prepararía unas quesadillas. Ya veremos si el NYT no ha cometido otros de sus Crimes. Por ahora, el diario que mi padre dejó de seguir (“miente mucho”, decía), ha decidido acompañar la narrativa trumpista de culpar a México de la mayor crisis de opiáceos en Estados Unidos, a sabiendas de que las farmacéuticas gringas y la corrupción política de aquel país la provocaron. Las ‘cocinas’ son sólo parte de un problema del que no quieren responsabilizarse ni China (el proveedor de precursores) ni Estados Unidos (el mayor consumidor y traficante de fentanilo).
POR ALEJANDRO ALMAZÁN
COLABORADOR
@ELALEXALMAZAN
MAAZ