Como en todo oficio, en México se ejerce una diversidad de periodismos.
Hay uno que informa lo que la gente debe/quiere escuchar y hay otro que siempre desafía a su audiencia. Está el que revela la corrupción y existe el que la encubre.
Está el que cree que sólo la universidad hace al periodista y existe el que opina que el periodista se hace en la calle. Está, además, el que sostiene que la carrera de periodismo debería convertirse en diplomado.
Hay un periodismo que miente sistemáticamente y hay otro que se autocensura para no acabar muerto. Hay uno muy privilegiado y hay otro que ni seguridad social tiene. Está el que no le concede ningún mérito al Presidente ni a su sucesora y existe otro que los santifica.
Está el que tolera los excesos presidenciales y existe también el que, con el dato en la mano, los cuestiona legítimamente. Hay un periodismo que pega para que le paguen y hay otro que requiere el VoBo de funcionarios públicos. Hay uno que lucra con la violencia y el miserabilismo y hay otro que publica filtraciones camufladas de reportería.
Existe el que se autodenomina “aliado del pueblo” y está el que hace “un servicio social”. Hay un periodismo “en busca de la verdad” y hay otro, casi en extinción, que sólo trata de ser honesto. Está el que engaña a su audiencia. El que divulga que a los chilangos les van a quitar la propiedad privada. El que asegura que, con la aprobación de la reforma del Poder Judicial, “inicia la destrucción”. Y está el que nos dice que se acabó la impunidad.
Existe el periodismo que corrobora lo que parece imposible de demostrar. El que recurre al conocimiento para interpretar lo reporteado. El que se sacude sus prejuicios. El que no cataloga a las personas en buenas o malas. Y está el que no se escribe con la bilis, sino con la información. Hay un periodismo que blanquea al victimario y hay otro que se asume como víctima. También está otro que ha decidido acompañar a las víctimas y a los sin voz hasta las últimas consecuencias.
Existe el que se cuelga los adjetivos “independiente” y “libre”. El que abiertamente se reconoce militante. Y hay uno que es acrítico y desideologizado. Está el que se ha sometido a sus patrocinadores y a su línea editorial. El que es financiado por la embajada de Estados Unidos y por supuestos filántropos.
El que sobrevive de la publicidad gubernamental. El que apela a la monetización. El que costea la audiencia a través donaciones voluntarias. Y también está el que auspicia el crimen organizado o un partido político. Existe el que perpetúa los mandatos del periodismo blanco: la grosera competencia, la falsa imparcialidad y lo políticamente correcto.
Y está el que se ejerce en comunidad y rechaza lo woke. Hay uno que persigue premios y reconocimiento. Hay otro que colecciona número de seguidores. Y no falta el periodismo convencido de que se puede ejercer seriamente el oficio desde Netflix y Spotify. Existe el que cree que la DEA, el FBI y la CIA son el Capitán América. Y está el que piensa que son agencias injerencistas y desestabilizadoras.
Hay un periodismo que abusa de las fuentes anónimas y hay otro que las arriesga. Hay uno que se toma atribuciones de detective o juez y hay otro que hace propaganda disfrazada de opinión en horario prime. Está el que se convirtió al obradorismo por dinero. El que cobra por entrevista.
El que se cree indispensable para el funcionamiento del oficio. Y también está el que se rige por diversos verbos: entender, dudar, constatar, explicar, revelar, cuestionar.
¿Usted qué periodismos prefiere?
POR ALEJANDRO ALMAZÁN
COLABORADOR
@ELALEXALMAZAN
EEZ