Llega el presidente López Obrador a su último mes con todo en la buchaca: Plan C en marcha, índices de aprobación y de calificación inéditos, una oposición desarticulada y dividida. ¿Qué más podría pedir?
No sé qué más querrá el presidente, queridos lectores, pero sí sé lo que yo querría, y eso es un poco de mesura, de tolerancia, de generosidad en la victoria. Visión de Estado, que le llaman.
Me explico con algunos ejemplos: el domingo, en el Zócalo, nuestra plaza mayor, el Primer Mandatario pronunció un discurso que no era tanto de rendición de cuentas (Informe, le dicen por algo) sino de campaña: en vez del balance del estado que guarda la Nación, escuchamos un exhorto a continuar sus batallas. En vez de un reconocimiento de la diversidad y pluralidad, de las complejidades y retos, un recuento de logros que dejaba a un lado las sombras que irremediablemente acompañan a cualquier gestión presidencial. Pocas, muy pocas palabras para quienes opinan diferente, para quienes tienen otra(s) visión(es) de país, y prácticamente ninguna para aquellos que no han visto los efectos positivos de sus innegables transformaciones.
Si no bastará el ejemplo del discurso presidencial, vemos otros dos: la arenga partidista de su Secretaria de Gobernación al presentarse ante el Congreso para entregar el documento del susodicho Informe, y el injustificable intento por arrebatarle a la oposición una de sus pocas victorias electorales, la de la alcaldía Cuauhtémoc de la Ciudad de México.
Me dirán que esta última no es acción presidencial, pero sí lo es de un movimiento que aparentemente no conoce límites en sus ambiciones y aspiraciones, ni siquiera con los suyos: y es que tanto el presidente de la República como los integrantes de su gabinete y de su equipo han mostrado poca amabilidad, poca elegancia, para dejarle a la presidenta electa márgenes para que ella decida y opere lo que a su administración mejor convenga: es de demócratas dejar hacer a la persona más votada en la historia de México, de respetarle sus tiempos y sus momentos, de aquilatar lo que implica, lo que representa, su arrolladora victoria en las urnas.
El presidente López Obrador llega al cierre de su periodo con niveles de aprobación del 73% y un promedio de 7.8 de calificación, de acuerdo a la más reciente encuesta de De Las Heras Demotecnia, una de las encuestadoras más acertadas en sus mediciones previas a la elección presidencial. Por si eso fuera poco, a la pregunta de si con AMLO el país vivió una transformación, el 82% respondió que sí, y el 89% (!) señaló que dicha transformación fue para bien.
Con esas cifras, con la aplanadora morenista instalada, con todo lo alcanzado, esperaría uno (o al menos yo) esa mesura, esa generosidad en la victoria a la que me refería.
Es de gente de bien, es de demócratas, es de humanistas, reconocer a las minorías, a quienes opinan diferente.
Es lo que necesitamos: ganadores, perdedores y neutrales: un país para todos.
POR GABRIEL GUERRA CASTELLANOS
GGUERRA@GCYA.NET
@GABRIELGUERRAC
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