Antes de que Foucault identificara la forma en que la razón instrumentalizó la locura en la época clásica, el escritor brasileño Machado de Assis ya había retratado la tésis del filósofo francés en una novela del siglo XIX. La obra, titulada El alienista, sigue la vida de Dr. Bacamarte, un psiquiatra que funda un manicomio en una pequeña ciudad brasileña para estudiar y tratar la locura de sus habitantes. Sin embargo, lo que empieza como un asilo en honor a la ciencia y la razón termina por volverse rápidamente en un dispositivo de control explotado por el mismo psiquiatra.
Entre todos los “locos” diagnosticados por el doctor, destaca la figura del poeta, un escritor que termina encerrado en el manicomio por llevar a cabo desarreglos lingüísticos que evidencian un supuesto desarreglo mental. Sin embargo, no es inusual que el lenguaje se adapte a la medida de un momento específicamente lunático. A diferencia de lo que cree el Dr. Bacamarte, nuestra supuesta locura no se manifiesta en el lenguaje, sino que la locura de la vida nos orilla a modificar las palabras para que estas le hagan justicia a nuevos desconciertos.
El cristiano del siglo V, por ejemplo, consideraba al loco poseído y hasta lo comparaba con un animal relacionado con Satanás: “estás loco como cabra”. Por otro lado, durante la Edad Media, la locura se adjudicaba a una obstrucción en el cerebro que impedía el raciocinio del individuo, derivando en la frase “tiene piedras en la cabeza”. En el siglo XX, sin embargo, el lenguaje se adapta a las máquinas auspiciadas por la Revolución Industrial, provocando que al supuesto loco se le culpe de haber “perdido un tornillo”.
Hoy en día, con el advenimiento del internet y la digitalización, solo es cuestión de tiempo que empecemos a referirnos a la locura como un “glitch en el sistema”. Al final, tanto la locura misma como las metáforas que utilizamos para definirla mutan a lo largo de la historia en función de contextos culturales, sociales y materiales. De no ser así, tanto la locura como la palabra seguirían siendo las mismas.
POR TOMÁS LUJAMBIO
EEZ