Malos modos

Anular el voto

Esos puestos tiene que ocuparlos alguien, para decir una obviedad, y ese alguien puede ser pésimo, malo, menos malo o –raramente– un poquito bueno

Anular el voto
Julio Patán / Malos Modos / Opinión El Heraldo de México Foto: Especial

Puede ser que en una democracia, digamos en forma, uno de esos países –cada vez hay menos– en los que está garantizado que en la siguiente elección tendrás derecho a votar libremente y que no tienen decenas de miles de asesinados, incluidos muchos candidatos a gobernar en diferentes niveles, sea legítimo darte el lujo de anular un voto, y aun esta afirmación es dudosa.

Pienso en Inglaterra, donde así y todo, o sea: con esa tradición democrática, les cayó encima el Brexit; en Francia, con la amenaza permanente de la ultraderecha; o, cómo no, en los Estados Unidos, que están a punto de que los vuelva a gobernar Trump. Bueno, si esas cosas pasan en esos países, qué les digo de las democracias piteras, defectuosas, fallonas.

En estos últimos países, la promoción del voto anulado es, a menudo, un ejercicio de auto indulgencia basado en una interpretación simplona de la realidad política. Es sabroso abonarte al “Ninguno me representa. Todos son iguales”. Básicamente, esa afirmación te permite meterte una dosis de superioridad moral a bajo costo. “Yo vuelo muy por encima de todos los políticos.

No han hecho nada por conquistarme”, vienes a decir.

Bueno, hay varias razones para decir que esta posición es insostenible. La primera es que, en un sentido estricto, en estos países no hay tal cosa como un voto nulo.

Cuando un gobierno aspira a convertirse en régimen y tiene colonizados los órganos electorales, copadas las cámaras, torpedeado al poder judicial y al presupuesto público en el bolsillo, sin limitantes, ingredientes fáciles de distinguir del caminito al autoritarismo, el voto nulo es, por necesidad, una apuesta por la consolidación de ese status quo.

Lo que nos lleva a la segunda razón por la que la afirmación es insostenible: no todos son iguales. Si sostienes que sigues afiliado a la democracia, tu deber es luchar contra la tentación de las afirmaciones de valor universal, quitarte la pereza mental y ver con cierto detalle por quiénes te toca votar.

¿Qué no cumplen con tus criterios éticos y estéticos? ¿No ponen suficientemente el acento en la minoría oprimida de tu preferencia, no tienen figuras inmaculadas y dotadas de no sé qué tipo de sofisticación que te parece necesarísima? Pues no.

Pero esos puestos tiene que ocuparlos alguien, para decir una obviedad, y ese alguien puede ser pésimo, malo, menos malo o –raramente– un poquito bueno, que de todo hay. Toca hacer una apuesta, a despecho de nuestras pulsiones narcisistas.

Entender que esto no se trata de cumplir con tus requisitos, o sea, que esto no se trata de ti, y asumir una responsabilidad, que desde luego puede incluir una apuesta por perpetuar o consolidar el autoritarismo por el que, a lo mejor, votaste ya hace unos años.

En otras palabras: asume. Como dije antes: sal a votar y no hagas ascos.

POR JULIO PATÁN
COLABORADOR
@JULIOPATAN09

MAAZ

 

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