Hoy vivimos un momento de inflexión donde las transformaciones tecnológicas están redibujando nuestras sociedades, economías y estructuras de poder.
Esta era de volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad, como la describe Zygmunt Bauman, nos enfrenta a una aceleración disruptiva que desmantela los sistemas tradicionales que nos daban estabilidad y sentido.
Tecnologías como la Inteligencia Artificial (IA), la biotecnología, las neurotecnologías y el cómputo cuántico prometen avances sin precedentes, pero también intensifican desigualdades preexistentes.
El crecimiento de las empresas tecnológicas es un claro ejemplo. Al inicio del sexenio anterior (2018), el valor de Microsoft, Apple y Nvidia era comparable al PIB de México y seis años después, al término del sexenio, es siete veces mayor. Mientras estas empresas concentran poder, millones de personas quedan rezagadas.
En México, aunque 80 por ciento de la población tiene acceso a Internet, 30 millones siguen sin conexión, y en zonas rurales, apenas la mitad de los habitantes cuenta con acceso limitado. Solo 40 por ciento de los hogares tiene banda ancha fija y apenas una de cada 10 personas posee habilidades digitales avanzadas, a pesar de que para 2050, 75 por ciento de los empleos estarán vinculados a la IA.
Esta brecha digital amenaza con concentrar los beneficios tecnológicos en un grupo reducido, dejando al margen a quienes más los necesitan. Las desigualdades no solo son económicas o de acceso, también son de género. Las mujeres tienen 15 por ciento menos de probabilidades de conectarse a Internet.
La confianza en la tecnología es otro desafío crítico. México lidera en ciberataques en América Latina y 70 por ciento de los usuarios teme por la seguridad de sus datos, lo que evidencia la necesidad de fortalecer la ciberseguridad.
Además, la infraestructura es un freno evidente para nuestra competitividad: ocupamos el lugar 70 de 145 en velocidad de Internet fijo, y sin telecomunicaciones ni energía adecuadas, el desarrollo será insuficiente y desigual.
Ante estos retos, la Agenda Nacional de la IA 2024-2030 propone transformar estas brechas en oportunidades. Su hoja de ruta incluye políticas para mejorar la conectividad, fomentar la inclusión financiera digital, desarrollar habilidades tecnológicas y garantizar una gobernanza distributiva.
El objetivo es destecnificar la IA, asegurando que no sea un lujo para unos pocos, sino un motor de progreso compartido. La IA tiene el potencial de generar 13 billones de dólares en valor agregado global, pero la verdadera pregunta es cómo se distribuirán esos beneficios.
El futuro depende de nuestra capacidad para democratizar esta tecnología, cerrando las brechas digitales y garantizando acceso equitativo para toda la población. Nuestra tarea es clara: hacer de la tecnología un catalizador de igualdad, progreso y bienestar para todos.
POR ALEJANDRA LAGUNES
COLABORADORA
@ALELAGUNES
MAAZ