Las generaciones y los grupos tienden a privilegiar el olvido sobre la memoria. Así, al deceso de alguno de sus miembros suele, tarde que temprano, erguirse un muro de silencio. No importa cuán protagónicos hayan sido durante su existencia, ya refocilándose en su ausencia tienden a diluirse y evaporarse, no de golpe y sopetón, sino de a poco. Arrojo esta reflexión porque Tomás Parra (1937, nacido en Santiago Pinotepa Nacional, Oaxaca, y trasladado a la capital de la República un año después), extraordinario artista plástico, generosísimo promotor del quehacer estético de un sinfín de creadores contemporáneos en territorio nacional, Estados Unidos y en la vastedad de la América del Sur, brillante curador que lo fuera del Museo de Arte Moderno, no ha disfrutado del reconocimiento que ha conquistado a pulso y que se merece en tanto referencia obligada de lo mejor de nuestro geometrismo y abstracción.
En la actualidad, gracias a la sensibilidad de Moisés Argüello Rivera, director del Museo de Arte Octavio Ocampo (Celaya, Guanajuato), se puede disfrutar “Sucesiones”, una lectura integral de la obra del artista en mirada retrospectiva, 49 joyas procedentes de 17 colecciones privadas y del acervo del artista en exposición hasta el 16 de febrero, incluyendo algunos de sus últimos y muy valiosos aportes: ejercicios de invención, pruebas de laboratorio, viajes por los territorios de Utopía, tributos a la belleza y la armonía. Cada una de sus composiciones constituye una lección de profundidad espacial, volumen virtual, precisión geométrica, textura sensual y paleta de color inusitada. Hombre culto de su tiempo, alejado de los fundamentalismos, lo mismo ha tenido vínculo cercano con André Breton durante sus años parisinos que cercanía con Vlady, a quien le organizara su gran retrospectiva de estampas en el Museo de Arte Moderno, o Federico Silva.
Miembro de la llamada “generación de la Ruptura”, adscripción que todavía hay algunas que la ponen en duda, tuvo como maestros destacados a Enrique Azad, formador de muchos de los referentes del arte mexicano injustamente olvidado; Juan Soriano, invaluable animador de nuestra vida cultural y decidido impulsor del cosmopolitismo, a quien asistió en la visualidad de la serie “Poesía en Voz Alta” para Octavio Paz; Carlos Pellicer, el poeta de Contemporáneos de vocación museólogo con quien colaboró en el diseño y montaje del Anahuacalli de Diego Rivera; y Germán Cueto, el inigualable escultor que formara parte del grupo “Cercle et Carré” de Michel Seuphor y Joaquín Torres García.
En 1999 Tomás Parra nos convidó “Continuación del Modernismo” en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México, durante la gestión de Teresa del Conde (1990-2001), donde condensó los derroteros originales de su pintura, en renovación constante, de compromiso abisal con las fuentes nutricias de la meditación y la contemplación, y el ojo sabio que se ha apoderado de mil y una imaginerías, provenientes de los cuatro puntos cardinales, para forjar un lenguaje único, a la altura de Pedro Coronel, Manuel Felguérez o Fernando García Ponce. .
Con Carlos Pellicer bien puede expresar como propios los versos enloquecidos del tabasqueño: “Estoy todo lo iguana que se puede, / desde el principio al fin”. Siempre sale victorioso en su lucha por la expresión. Pilla la realidad, atisba lo imaginario, se apodera de las sensaciones, se adueña de las percepciones, atesora las intenciones y los sentidos. Somos sus felices cautivos en las jaulas de oro de la armonía, la sensualidad y la reflexión que habitan la geografía de sus pinturas.
POR LUIS IGNACIO SÁINZ
COLABORADOR
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