Quizá por observar el abordaje bucanero del gobierno contra el Infonavit, pero las declaraciones presidenciales en torno de la inminente toma de posesión de Donald Trump y la ausencia de una invitación para la ceremonia pasaron desapercibidas, o al menos no causaron el impacto mediático cuya naturaleza merecería.
Interrogada sobre esta circunstancia de morosidad, demora o aplazamiento (en el mejor de los casos), la titular del Ejecutivo dio una respuesta ambigua entre la prudente paciencia y el sigilo desdeñoso. Casi un desplante:
—“Vamos a esperar, a ver si la recibimos —dijo—, y ya tomaremos nuestra decisión”.
Obviamente, la decisión de atender o no un convite le corresponde a quien recibe la cortesía. Tanto de la otra parte, como la diligencia para enviarla con oportunidad, como testimonio de interés.
Entonces, al recibirla (“a ver si la recibimos”, dice irónicamente CSP) sólo quedan dos posibilidades teóricas: o se acepta y se confirma la asistencia, o se declina la participación en tan singular ceremonia.
“Tomaremos nuestra decisión” suena como una salida imposible en medio de la aspereza actual entre dos vecinos. Rugosidad crónica y hasta ahora en el terreno de los amagos y las demostraciones mexicanas de actos sugerentemente convenientes, como la aceleración en la captura de narcos y los aranceles a textiles chinos, pero raspadura, a fin de cuentas.
Las posibilidades teóricas en cuanto a la entronización trumpista, se reducen a una única opción conveniente, así la cartulina con filo dorado llegue al cuarto para las doce. La jefa del Estado no tendrá más remedio. Gustosa o forzada por las circunstancias, deberá asistir.
La actitud mexicana en torno del amago arancelario estadounidense, ha sido gravar los textiles orientales como una expresión sutil de ‘no me graves a mí; grava al peligro amarillo, no a los vecinos’, y ofrecer buena voluntad, tanto para él como para los canadienses, quienes acusan a México de favorecer a los orientales.
Dada la importancia de la relación, a pesar de soportar las descortesías de Trump (aún no cometidas), resultaría difícil creer en una arriesgada respuesta, decirle a Trump, ‘gracias por invitarme a tu segunda presidencia, pero no iré y mejor te mando a un psiquiatra’ (no es una broma, el canciller es psiquiatra), sobre todo cuando se insiste —mientras aprueba el Senado americano– en los diálogos previos a su llegada a la Casa Blanca, en enero próximo (La Jornada).
“Estamos trabajando, creo que vamos a lograr un entendimiento con el presidente Trump (entonces ahora no nos entendemos). Vean lo que pasa cuando no hay coordinación, como en Sinaloa (tras el secuestro de Ismael El Mayo Zambada, del que no se informó a México)”.
Ahora resulta.
POR RAFAEL CARDONA
COLABORADOR
@CARDONARAFAEL
MAAZ