¿Habéis oído de una ciudad, uno de cuyos lados es tierra y los otros dos mar? La Hora del Juicio no sonará sino hasta que setenta mil hijos de Isaac la capturen.
Según la antigua tradición islámica, con esta sentencia vaticinó el profeta Mahoma la caída de Constantinopla. Unos ocho siglos después, en 1453, el sultán turco Mehmet habría de convocar a sus ministros en la entonces capital del Imperio Otomano, Adrianópolis, con el propósito de conquistarla.
El sultán ofreció a los gobernantes: entrega pacífica de la ciudad a cambio de vidas y propiedad de los súbditos bizantinos. Ante la ausencia de respuesta, abrieron fuego los cañones turcos.
El Emperador por su parte, convocó a sus comandantes, apelando a su valentía y conminándolos a dar su vida en defensa de la ciudad, al igual que él se dispondría a hacerlo. Agradeció a los pocos aliados europeos que habían acudido a su llamado, invocó a los grandes héroes de la Grecia y Roma antiguas, de cuya tradición, señaló, eran herederos. Por un momento, se olvidaron las diferencias, rivalidades y rencores que habían plagado la política interna del imperio y de la ciudad. Miembros de distintas confesiones, hasta entonces enemigos jurados, se reunirían por primera y última vez, para en Santa Sofía orar juntos.
Los cañones turcos señalaron el comienzo del asalto a la mañana siguiente. Aún sabiéndose con la ventaja, el sultán no habría de subestimar a sus oponentes, lanzando un ataque tras otro, aprovechando cada pequeña brecha que sus cañones abrían en las murallas. Los primeros en penetrar la ciudad, lo harían por una pequeña puerta trasera, que los defensores, en medio de la confusión, habían dejado desatendida. Pero aún sin este golpe de suerte, el final era inevitable: a la mañana siguiente, pendones turcos ondeaban en cada torre y atalaya bizantina: había caído la ciudad, con ella el imperio. El sultán otomano había logrado su ambición, convirtiéndose en amo y señor de toda la región.
Todos amamos las historias donde al final, la valerosa resistencia de los protagonistas logra imponerse ante lo que parece una amenaza incontenible, como alegoría para la inspiración en tiempos confusos.
Empero, hay una lección desdibujada, más trágica y solemne, en aquéllas donde fracasan, en donde termina siendo el más fuerte quien impone su verdad y el otro, sentenciado al silencio en el mejor de los casos.
Pero, como enseña y demuestra esta historia, el silencio es siempre sólo temporal. Perdida estaba esa ciudad que en su momento fuera un faro de luz en medio de las tinieblas, el último bastión de una civilización colapsada mil años antes, al comenzar el Medioevo.
Su herencia no moriría tan fácilmente, en las décadas subsecuentes, los miles de artistas, filósofos, poetas y sabios que habían llamado hogar a su ciudad imperial, se convertirían en una diáspora que cambiaría profundamente la faz de Europa Occidental, impulsando a sociedades, hasta entonces adormiladas por el sopor medieval, a alturas jamás soñadas con anterioridad. Sin la caída de Constantinopla, unas décadas posteriores habría sido impensable el Renacimiento.
En estos días en que pareciera que en México dejó de latir la melodía republicana en nuestras instituciones, debemos, en nuestro silencio, buscar el resonar, los latidos, en aquellos que no sucumbieron al relato unívoco de una postura demagógica, y mantener la esperanza que, en los campos quemados de nuestra nación, emergerá el abono que hará germinar otra vez a nuestra República, representativa, democrática, laica y federal.
Mark Twain sentenció alguna vez que “la historia no se repite, pero a menudo rima”. No encuentro mejores palabras con las cuales cerrar esta columna, con la esperanza de que, tras la tempestad y el silencio que le sucede, volveremos a ver el caleidoscopio de pluralidad que se había forjado trabajosamente en las últimas décadas en nuestro país. Mientras, entre silencio, espera, y tiempo, estoy seguro que el devenir llegará, no repitiéndose sino rimando, para volver a latir fuerte otra vez.
POR JUAN LUIS GONZÁLEZ ALCÁNTARA CARRANCÁ
MINISTRO DE LA SUPREMA CORTE DE JUSTICIA DE LA NACIÓN
EEZ