Malos Modos

Cómo no lidiar con Trump

Ni los gringos son ajenos a la vida familiar -les juro que cenan juntos en Navidad y llevan al parque a sus hijos-, ni los mexicanos somos un colectivo de familias idílicas reunidas en torno a nuestros millones de Saritas Garcías

Cómo no lidiar con Trump
Julio Patán / Malos Modos / Opinión El Heraldo de México Foto: Especial

¿Es imposible tener una relación sensata, predecible, educada, con Donald Trump? Todo indica que sí. Pregúntenle a Peña Nieto, o lean a Bob Woodward, o las memorias de Ángela Merkel, publicadas hace poco.

Es lo que pasa con los narcisistas, como bien podemos contarles los mexicanos. Así que hay que ser prudentes a la hora de darle consejos a la presidenta, como nos explica Jorge Castañeda en su columna de antier –y miren que Jorge entiende de estas cosas-.

Así y todo, hay una sugerencia que sí conviene repetir tantas veces como haga falta: a la hora de las negociaciones, formales o informales, no acuses a los americanos de drogadictos y de poco menos de traficantes de armas.

Hay dos buenas razones para evitar esas acusaciones. La primera, ya muy repetida, es que es imprudente. No funciona; más bien al contrario. La segunda, no menos importante, es que es injusta, por la imagen que supone de nuestros vecinos y por la que supone de nosotros.

Por lo que toca a las drogas, es injusto, evidentemente, estigmatizar a los norteamericanos como yonquis.

Tienen un problema serio de adicciones, sí, cuya última y más terrible manifestación es la adicción al fentanilo, pero ni todos los gringos son adictos, para subrayar lo obvio, ni aquellos que lo son merecen nuestra condena, que es lo que hay detrás de la aseveración, totalmente falsa, de que carecen de nuestros valores familiares y eso los vuelve propensos al vicio. No es una idea nueva.

Acusar a los gringos de drogatas a manera de contraataque, en plan: “Pinche traficante”. “No, pues pinche atascado”, es un tic cursi y moralino del nacionalismo mexicano, siempre propenso a adjudicarnos una “superioridad cultural”, léase “ética”, que por supuesto no tenemos.

Ni los gringos son ajenos a la vida familiar -les juro que cenan juntos en Navidad y llevan al parque a sus hijos-, ni los mexicanos somos un colectivo de familias idílicas reunidas en torno a nuestros millones de Saritas Garcías, compartiendo el Nescafé con leche, el pan dulce y la devoción por la Virgencita.

Digo, échenle, porfa, un ojo a los índices de violencia intrafamiliar en este país, con la violencia sexual incluida. Ya que estamos, tampoco somos libres de adicciones, aunque el fentanilo, y toquemos madera, todavía no devaste al país.

Respecto a la violencia, qué decir. Sí, las armas vienen del norte, y sí, ponemos un montón de muertos. Pero las armas no se disparan solas.

El pueblo bueno, para decirlo de una vez, tiene un porcentaje alarmantemente alto de asesinos, y de asesinos capaces de ametrallar un bar en plan -sí- terrorista, o de decapitar a un presidente municipal, o de desollar y sacarle los ojos a 11 personas, menores de edad incluidos, como pasó hace poco en Guerrero.

Deberíamos, pues, aceptar que hasta Trump puede tener algo de razón. 

POR JULIO PATÁN

COLABORADOR

@JULIOPATAN09

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