Que no quepa duda: habrá guerra contra las organizaciones criminales mexicanas en la segunda era de Trump. En su baraja hay propuestas que van desde designar a los cárteles mexicanos como terroristas, hasta enviar escuadrones de la muerte para neutralizar capos o bombardear los laboratorios de fentanilo en territorio mexicano.
Se equivocan quienes piensan que es pura verborrea. Con o sin designación de los cárteles como terroristas, es sólo cuestión de voluntad del gobierno estadounidense el tomar decisiones unilaterales en contra de objetivos mexicanos. La inclinación no viene ya sólo del círculo de Trump, es todo el aparato de seguridad el que está harto de la inoperancia y complicidad de las autoridades mexicanas. El arresto de Cienfuegos y de García Luna fueron los primeros avisos. La aparente operación clandestina para arrestar a “El Mayo”, la confirmación.
Por eso no es improbable que en la administración Trump experimentemos un mayor despliegue de operaciones en cubierto en territorio mexicano. La mágica aparición de capos mexicanos detenidos en el lado estadounidense de la frontera, el insospechado asesinato de líderes criminales, el arresto de funcionarios mexicanos, las súbitas explosiones de campamentos y laboratorios criminales.
Solo los cómplices (morales y materiales) de los criminales sentirían conmiseración por estas acciones, pero el problema de este escenario es que puede ser un detonador de violencia en nuestro país. Los intereses de México y Estados Unidos no necesariamente son los mismos. México pretende reducir los niveles de violencia y eso requiere de operaciones más quirúrgicas y coherentes entre sí. Estados Unidos quiere desestabilizar la actividad de los cárteles y, a Trump, no le importarán los costos colaterales en México. Culiacán es la prueba: Estados Unidos cumplió su objetivo a costa de desatar una guerrilla.
Por eso, la mejor defensa para México será jugar a la ofensiva. El gobierno tiene que tomar la iniciativa de nuevo en la guerra contra el crimen organizado con acciones contundentes y consistentes. Hacer lo que tengan que hacer para “limpiar la casa” y poner los objetivos criminales de nuestro interés en la mesa de Estados Unidos para que nos ayuden a neutralizarlos. Estar dispuestos a acciones de mayor envergadura, pero en coordinación.
Trump, como todo populista, vive de lo simbólico. Las acciones clandestinas, por su naturaleza secreta, no le darán necesariamente los éxitos mediáticos que desea. En cambio, las operaciones en conjunto, las neutralizaciones coordinadas y los éxitos militares bilaterales pueden saciar la sed de triunfo de un presidente que debe responder a los impulsos de su base.
Y no sólo es colaborar, también podemos exigir. Históricamente, México se ha quedado corto en perseguir a criminales extranjeros que colaboran con los cárteles mexicanos. El nuevo aparato de inteligencia que ha formado Omar García Harfuch debería emprender un esfuerzo para esclarecer esas redes trasnacionales y ponerlas en la mesa. Que las extradiciones no sólo vengan de este lado. Pero, más importante, enfocar las investigaciones en las redes criminales chinas que facilitan el mercado de fentanilo. Encontrar en ellos el enemigo común con Estados Unidos para apuntar la atención hacia ese lado del Pacífico.
Quedan 57 días para la llegada de Donald Trump al poder. Toda la atención del Estado mexicano debería estar avocada a mitigar los riesgos que estamos por enfrentar. El aparato de seguridad mexicano, si hace bien las cosas, puede convertirse en el apaciguador de la relación bilateral.
POR CARLOS MATIENZO
DIRECTOR DE DATAINT
@CMATIENZO
MAAZ