La palabra “fascismo” apareció frecuentemente en el léxico durante la campaña presidencial de Estados Unidos. “Autoritarismo” apareció frecuentemente en la reciente campaña presidencial en México. Ambas campañas resonaron con la sombra de la palabra “dictadura”. Las palabras importan, incluso cuando sus usuarios no saben, bien a bien, su verdadero significado.
Lo relevante, en el caso estadounidense, es que quienes emitieron el juicio de “fascista” a Trump fueron sus ex colaboradores, tanto en la Casa Blanca, de Seguridad Nacional como en el Pentágono. No salió de los demócratas, sino de quienes trabajaron con él en su Presidencia durante cuatro años.
John Kelly, un general en retiro de los Marines, fue su jefe de gabinete. Llamó a Trump “un autoritario” quien “admira a personas que son dictadores” y dice que Trump ha mencionado a los dictadores de Corea del Norte, China y Rusia (especialmente este último) como “grandes líderes”. Concluye Kelly diciendo que es “seguro que es un fascista”.
Mark Milley fue el militar de más alto rango durante los dos últimos años de la administración de Trump. Él confesó al periodista Bob Woodward que Trump “es un fascista hasta la médula” y su pretensión de seguir en la Presidencia lo hace “el hombre más peligroso de este país”.
Obviamente Trump respondió a estos señalamientos diciendo que Milley es un “perdedor”. También sugirió que debería ser ejecutado por traición a la Patria porque contactó a líderes de otros países para tranquilizarlos durante el asalto al capitolio por parte de los seguidores de Trump en 6 de enero de 2021, diciendo que no habría “un golpe de Estado”..
John Bolton, el Consejero de Seguridad Nacional en la Casa Blanca bajo Trump afirmó, categórico: “Donald Trump va a causar enorme daño al país y al mundo si es electo de nueva cuenta”.
James Mattis, el secretario de Defensa en el primer tramo del gobierno de Trump, dijo: “Donald Trump es el primer Presidente que, en mi vida, no trata de unir al país, ni siquiera lo finge. En vez de eso, nos quiere dividir”. Mike Pence, el Vicepresidente de los Estados Unidos con Trump, explicó su papel como Presidente de la Cámara de Representantes durante la calificación de las elecciones el 6 de enero de 2021.
Dijo: “El pueblo estadounidense merece saber que el Presidente Trump me pidió que lo pusiera sobre la Constitución, pero mantuve mi juramento y siempre lo haré. Yo creo que alguien que se coloca a sí mismo por encima de la Constitución nunca debería ser Presidente de los Estados Unidos.”
Nikki Haley, la ex embajadora de Estados Unidos ante las Naciones Unidas bajo Trump compitió en su contra. buscando la candidatura presidencial del Partido Republicano. Afirmó en los debates previos que Trump era un hombre peligroso y no se podía confiar en él, estando en el poder, por sus instintos de venganza, de odio y por promover la polarización entre los estadounidenses.
“Él trata de hostigarme y a todos los que me apoyan”. Rex Tillerson, su secretario de Estado, refirió a Trump en estos términos: “Su comprensión de eventos globales, de la historia mundial y de la historia de los Estados Unidos eran sumamente limitadas. Era muy difícil conversar y acordar con alguien que no entiende, siquiera, el concepto de por qué están discutiendo un determinado tema”.
General H.R. McMaster, asesor en Seguridad Nacional aseguró que Trump faltaba un conocimiento básico de cómo funcionaba el gobierno, y su impaciencia con tener que aprender lo que lo tocaba hacer a cada quien y acerca de modelos alternativos para la toma de decisiones hacia que era muy limitado en su capacidad de dirigir la nación. Cuando había algún conflicto, lo esquivaba y lo provocaba y lo hacía más grande. James Comey, director de F.B.I. aseguró que “nuestro Presidente debe enarbolar respeto y adherirse a los valores que son el núcleo constitutivo de este país. Y el valor más importante es ser honesto. Este Presidente es incapaz de ser honesto.”
Tom Bossert, asesor de Homeland Security, comentó después del asalto al Capitolio en 6 de enero del 2021: “Esto es completamente contrario al ser estadounidense y es ilegal. El Presidente estuvo deliberadamente atacando la democracia sin pruebas reales durante meses…”.
Mark Esper, ex secretario de Defensa con Trump: “No es probo para ocupar un puesto de gobierno. Él siempre va antes que el país. Todas sus acciones son para su beneficio personal, no del país”.
Este rosario de señalamientos sobre Trump deja en claro cómo lo ven sus ex colaboradores. Su juicio es fulminante. Es un personaje que gobernará en el segundo periodo como lo hizo en el primero, pero recargado.
Sin embargo, el hecho de definirlo como fascista abre una nueva, y preocupante, línea de análisis. Ser fascista sí significa tener una idea de para qué quiere el poder y lo que se quiere lograr con él. No es simplemente una gestión personalista, vengativa y cleptocrática.
Es una idea sobre el ejercicio del poder para retenerlo sin límites de tiempo. Una característica del fascismo es el ejercicio del poder personalista; es decir, depende de la figura del líder. El fascismo no crea instituciones. Las que existen se desechan o se destruyen, con cualquier argumento disponible. La justificación es lo de menos. El objetivo de la destrucción institucional es para que el líder pueda gobernar con toda libertad y sin ataduras y sin rendir cuentas.
El fascismo institucional como tal no existe, porque el liderazgo personalista no se hereda ni se subordina al resultado de elecciones libres. La idea de que JD Vance pueda ser el heredero del nuevo movimiento MAGA no es posible ni real. Tendría que surgir un nuevo dirigente personalista fascista para tomar el lugar de Trump, como Elon Musk. El origen cultural de Musk es la supremacía blanca de Sudáfrica. No sería nada complicado para él tratar de asumir ese rol. Pero, bueno, no adelantemos el reloj histórico.
Corea del Norte es el país que ha logrado combinar perfectamente el comunismo (o comunalismo) como economía, que se expresa como un híper estatismo, con el liderazgo fascista, heredada en la familia. El actual líder de Corea del Norte es nieto del fundador del modelo político que fusiona el estatismo con fascismo. Un fenómeno poco común por insólito.
Cuba avanzó mucho por ese mismo camino (estatismo y familia real), pero por razones diversas se ha convertido en un Estado fallido. Pero esa es otra historia. El capitalismo en muchas de sus versiones se acopla con el fascismo. La empresa privada, amiga de los políticos en el poder, prospera con el fascismo, aunque con la realidad de rendimientos económicos decrecientes. Es por ello que evoluciona hacia un régimen de terror y autoritarismo, para explotar más a la fuerza de trabajo, convertida en una población cada vez más depauperada.
La idea de que el capitalismo necesita democracia para crecer puede ser cierto, pero solamente si la pretensión es vivir en una era de prosperidad con rendimientos crecientes y con reparto más equitativo del ingreso nacional. El fascismo no puede ni quiere ofrecer eso, por lo cual su deriva natural es hacia el autoritarismo y la consolidación de élites capitalistas más pequeñas, aunque siempre más ricas.
¿Es Trump un fascista? Todo dependerá de su capacidad para destruir las instituciones del Estado estadounidense. Hasta qué punto logre la captura del Poder Legislativo y, con el pasar del tiempo, la captura del Poder Judicial definirá sí podrá deshacerse de las instituciones autónomas que sirven como contrapeso a los peores impulsos del Poder Ejecutivo. Sus estrategias económicas proteccionistas pueden obligarlo a provocar guerras militares en otras latitudes, con la pretensión de imponer la supremacía estadounidense. Así, se cumplirá la realidad de todo fascista: economía de guerra y control político interno absoluto.
POR RICARDO PASCOE
COLABORADOR
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