Columna Invitada

La normalidad autoritaria

Durante los seis años precedentes se trató de demoler ese andamiaje, desde la separación de poderes y contrapesos hasta el control civil de la seguridad pública

La normalidad autoritaria
Guillermo Lerdo de Tejada / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de México Foto: El Heraldo de México

Durante el sexenio pasado, comenzó a señalarse que ya no estábamos en una "normalidad democrática". Dicha normalidad supone una serie de consensos, tanto en torno a leyes e instituciones oficiales, como a normas y prácticas informales, que hacen a un régimen efectivamente democrático.

Durante los seis años precedentes se trató de demoler ese andamiaje, desde la separación de poderes y contrapesos hasta el control civil de la seguridad pública. Asimismo, principios elementales como la autocontención que un presidente debe ejercer para, por ejemplo, no arremeter contra activistas sociales o acosar periodistas –lo cual, incluso si no fuese ilegal, crea un riesgo para su integridad, y en todo caso, bajo estándares democráticos resulta inaceptable de una autoridad.

El "segundo piso de la transformación" inició desmantelando lo que quedaba de aquellos códigos; por ello, ya es más útil apuntar los rasgos de lo que está surgiendo en su lugar, que podríamos llamar "normalidad autoritaria" o "hegemónica". Se trata de una mezcla de decisiones calculadas, como someter a la Suprema Corte; posiciones ideológicas ocurrentes pero con consecuencias concretas, como la resurrección del discurso anti-estadounidense; y conductas inerciales que van (re)cobrando forma gradualmente, como la autocensura de medios y otras voces públicas.

En la normalidad hegemónica el entendimiento es que se puede vivir con relativa tranquilidad siempre y cuando uno se ocupe sólo de sus asuntos personales, sin cuestionar ni pedir cuentas al régimen: "sin hacer olas ni ruido". No es que el gobierno reprima cada crítica (aunque por supuesto castiga las más firmes), sino que, por prudencia o miedo, el ciudadano mismo va bajando la voz, sea en sus redes sociales o incluso en ambientes laborales, para prevenir alguna represalia.

En la normalidad autoritaria no necesariamente faltan productos o servicios (no de inmediato); pero las opciones se reducen y van quedando controladas por grupos a quienes el gobierno concesiona feudos a cambio de apoyo político, al tiempo que obstaculiza a otros proveedores. Desde mafias de transportistas en detrimento de plataformas digitales hasta el sector eléctrico, pronto empieza a normalizarse la ineficiencia y el abuso, con cada vez menos alternativas para librarse de ello.

En la normalidad hegemónica, donde no hay mecanismos reales para exigir resultados al gobierno sin una "palanca", la corrupción, ya de por sí extendida, se convierte en el conducto obligado para hacer valer derechos elementales, lograr que los trámites ocurran o evitar alguna arbitrariedad.

La nueva normalidad autoritaria no sólo revive los peores vicios de la vieja, sino que añade los propios: la polarización y el resentimiento entre grupos sociales como mecanismo de control. La conformidad y la pobreza quedan consagradas como virtudes. Pese a todas sus fallas, el "nacionalismo revolucionario" contó la historia de un país esencialmente unido, solidario; y la movilidad social, era vista como un logro deseable que legitimaba al régimen.

Y si antes los gobiernos muchas veces buscaron ocultar la realidad, en la nueva normalidad autoritaria ésta de plano se niega: eso que usted vio con sus propios ojos no existe. La ideología ya no sólo es narrativa, sino sustituto de la verdad, y esta lógica va permeando e incidiendo en todas las decisiones, acciones y omisiones de la vida pública: salud, seguridad, economía, lo que sea.

No todos los efectos de la normalidad hegemónica ocurrirán de inmediato, sino paulatinamente. Tampoco afectarán por igual a todas las personas. De hecho, mucha gente quizá no note la ausencia de libertades que tal vez usaba poco. Otros más se irán acostumbrando a la precariedad (material y política) casi sin notarlo. El resto extrañará lo que daba por hecho sólo cuando lo necesite y falte.

Pese a todo, el modelo no es económicamente viable en el largo plazo. Lamentablemente, la consciencia cívica no alcanzó para que el país frenara a tiempo la regresión; tendrán que ser entonces los golpes de realidad los que vayan, dolorosamente, lentamente, generando algún ajuste.

POR GUILLERMO LERDO DE TEJADA SERVITJE 

COLABORADOR 

@GUILLERMOLERDO

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