Circula un artículo de Juan Arias, entendiblemente preocupado, sobre la violencia, la vulgaridad, la estridencia del lenguaje público que distingue hoy, y desde hace un tiempo, a la extrema derecha. Es una semana particularmente buena para escribir una columna de esa naturaleza.
Metido en la campaña presidencial, a Trump, el sujeto que califica a la inmigración como una horda de criminales y trastornados, el de “grab them by the pussy”, etc, se le ocurrió decir que le vendrían muy bien unos cuantos generales como los de Hitler.
Sin mencionar que Hitler terminó por despachar a sus generales y hacerse cargo de dirigir las operaciones militares del nazismo, con los resultados de todos conocidos, y de que por lo tanto el candidato republicano haría bien en evitar las analogías históricas, referirse a un genocida y sus secuaces en esos términos es un rebasar cualquier límite que debería ponernos a todos a temblar. Cabe apuntar también, para seguir con la columna de Arias, que desde luego esa brutalidad, esa zafiedad, no es exclusiva de Trump. Habría que añadir que tampoco es exclusiva de la extrema derecha.
Eso los mexicanos lo deberíamos tener claro. Tenemos un expresidente que hizo referencia a Mussolini en la ONU en términos casi elogiosos, como garante de la importancia de Benito Juárez, y un expresidente que, no por casualidad, es el que patentó lo de insultar a sus rivales desde la tribuna presidencial. El catálogo es extenso, y no vale la pena repetirlo, desde lo de machucones o sepulcros blanqueados, hasta lo de corruptos y fascistas. Bueno, pues sus lecciones resultaron provechosas.
El mismo lenguaje, y peor, lo descubrimos cotidianamente en las cámaras de diputados y senadores; entre los gobernadores del oficialismo; entre los caricaturistas a sueldo del establishment, capaces de dibujar –con una calidad llamativamente baja– la cabeza decapitada de la presidenta de la Suprema Corte; entre los columnistas a modo, y en los tuiteros de la democracia popular.
Por supuesto, lo de que nuestro ex presidente patentó la violencia desde el podio es algo de alcance puramente mexicano. Antes, en el país que es un modelo para él, Cuba, se llamaba “gusanos” a los opositores, con esa tradición tan socialista-fascista de degradar a los que disienten al nivel de un bicho. En Venezuela, Chávez usó su mañanera, que se llamaba “Aló presidente”, con el mismo fin. Supongo que habrán escuchado a Maduro.
Ya que estamos, el antisemitismo, ahora maquillado como “anti colonialismo” o “solidaridad con el pueblo palestino”, se ha convertido, sustancialmente, en patrimonio de la izquierda. De hecho, el wokeísmo todo es un compendio de descalificaciones racistas y sexistas a la inversa, que sí, por supuesto que existen.
Estar a la izquierda no es estar del lado correcto del lenguaje.
POR JULIO PATÁN
COLABORADOR
@JULIOPATAN09
MAAZ