Cuando comenzó la Guerra Fría, la idea de una Tercera Guerra Mundial se convirtió en un escenario posible. Es cierto que después de ambas guerras mundiales, los ideales de un futuro mejor comenzaron a desvanecerse en el mundo occidental, y la humanidad perdió el optimismo que tanto marcó su manera de pensar el porvenir durante el siglo XIX. Esto no significa que no hubo destellos de esperanza, pero en general se volvió plausible que el mañana no estuviera encaminado al progreso.
Los arsenales nucleares de las principales potencias les dieron argumentos a muchos para creer en un apocalipsis nuclear. “La segunda gran lucha, que se dijo sostenida para lograr la seguridad de los pueblos y que ha advenido en reyertas entre los vencedores, que aparecen tan agudas que dan la impresión de que se prepara la tercera guerra mundial”, escribía en 1955 el historiador Manuel González Ramírez en la revista Cuadernos Americanos.
En la actualidad, la Tercera Guerra Mundial es uno de los tantos panoramas que llevan a la sociedad a reflexionar sobre el futuro. Esto, claro, no sería posible sin una conciencia del pasado, una experiencia de conflictos globales que pusieron en tela de juicio la idea de que la humanidad avanzaba. No obstante, ahora ya no se trata solo de ese mal del ayer que regresa para terminar con la existencia tal y como se conoce. Surgieron nuevos finales que no habían sido imaginados hasta este presente. El cambio climático es otro de los posibles escenarios desalentadores para el ser humano... y uno de los más creíbles.
Después de guerras que erosionaron la fe en el progreso humano, la gente cree en la posibilidad de un nuevo conflicto. Sería difícil contar cuántas veces al año se manifiesta ese miedo, pero siempre está ahí, detrás de cualquier tensión internacional. Puede ser que suceda o no; es inútil hacer pronósticos ante la incertidumbre del tiempo. Nuestros imaginarios se encargan de eso.
¿Será la guerra o el calentamiento global? Sin importar cuál sea, detrás se encuentra el hombre. No es ese fin del mundo escatológico del cristianismo. En el presente domina la creencia de que la raza humana será la culpable de su propia destrucción, sin la posibilidad de un nuevo comienzo. Traerá la extensión de la agonía. Basta pensar en los futuros distópicos de nuestras imaginaciones. No es un juicio divino ni un cataclismo inevitable lo que amenaza nuestra existencia, sino nosotros mismos, presagiando un final sin renovación.
POR IGNACIO ANAYA
COLABORADOR
@Ignaciominj
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