El Doctor Patán tuvo una visión que le puso, otra vez, lágrimas en los ojos. Lágrimas de las bonitas. El Infonavit, leyó que dijo la Compañera Presidenta, va a formar una (otra) empresa pública para construir la friolera de medio millón de “casas dignas”.
Como en otras ocasiones, su Doctor tuvo que atravesar una especie de nata de escepticismo antes de convencerse de que la Cuarta Va y de que los estudiantes menesterosos, las comunidades marginadas por deudas históricas y etcétera por fin podrán colgar el cartel de Peso Pluma en una habitación luminosa, ver “La Casa de los Famosos” en una sala bien pintadita y tomarse un agua fresca en la terraza con la vista de la prodigiosa naturaleza mexicana al frente, como sin duda pasará.
Mi escepticismo inicial tiene que ver con varios factores. El primero es que, históricamente, las paraestatales no sirven. Lo que aplica para, digamos, Francia o España, aplica para nuestro país, que cuenta con ejemplos tan vibrantes, obviamente con vibración de la mala, como Las Truchas del echeverrismo, el Pepepez de López-Portillo o Luz y Fuerza del Centro, una empresa compuesta por compañeros de ruta, pero no propiamente muy eficaz, si por eficacia entendemos que puedas prender un foco.
El segundo es que, en opinión de su Doctor, cuando aparece la palabra “digna” —o “digno”, o “dignidad”— pasa como cuando aparece la palabra “resistencia”: la cosa nació jodida.
Sobre todo, lo que me puso escéptico es que a cargo del asunto está nuestro ingeniero agrónomo consentido, Octavio Romero, que, debemos reconocerlo, no dejó a Pemex así que digamos en plan de reloj suizo. No me malinterpreten. El Doctor Patán es un convencido de que el destino de México pasa en buena medida por el sector agrario.
Pero hay que reconocer que las curvas de aprendizaje de mi Tavo son prolongadas, con lo que el plan de convertir al México depauperado en un gran Valle de Bravo del Bienestar puede concluir en otro cementerio de casas grises desperdigadas por los terregales patrios, con sus arroyos contaminados por el huachicol y sus tiraderos de llantas.
El escepticismo, sin embargo, cedió rápidamente, como me pasa siempre con la 4T, en su primer piso o en el segundo. Me explico.
No es solo que seguro que el Ejército, civiles uniformados, le entren al proyecto, lo que ya es garantía. Es que junto a mi Octavio estará también, asumo, la red de apoyo empresarial de mis bodocones, los entrepreneurs del progresismo, que ya sabemos que te consiguen lo mismo todo lo que necesitas para tu tren, que para tu malecón de Villahermosa, que para tu Segalmex, que para tu refinería —que ahora sí, ya mero va a empezar a mandar barriles soberanos a todo el país—, que, asumo, un traje de charrería para una fiesta popular en el Zócalo.
Así que celebremos: llegó Tavo el Constructor.
POR JULIO PATÁN
COLABORADOR
@JULIOPARAN09
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