En el largo proceso de la historia encontramos otra cara de la justicia y de los tribunales, una faceta absurda y, consecuentemente, oscura. Me refiero cuando jueces con cortes imparten como justicia una farsa ridícula.
En cualquier juicio de la Inquisición, bastaba con que el acusado estuviera circunciso o descansara en sábado, para ser acusado de prácticas judaizantes, mediante pruebas tan irreales como soportar, sin queja, los rigores del agua hirviendo o de las ascuas.
Durante las purgas soviéticas entre 1936 y 1938 se llevaron a cabo en Moscú tres juicios multitudinarios, bajo los cargos de colaboración con Occidente de confabulación contra el paranoico Stalin y de complot para desintegrar la Unión Soviética. En una parodia de juicio, con todo y escenografía, los implicados “confesaron” y fueron condenados a pena de muerte por fusilamiento o enviados al Gulag –lo que equivalía a una muerte lenta y fría–.
El proceso kafkiano que padeció en México el general Felipe Ángeles, tan reconocido en estos tiempos reivindicatorios, no fue más que el resultado de un odio obsesivo proveniente del carrancismo. Se estima que una de las frases que agravió al Primer Jefe, y proferida por Ángeles, fue aquella que rezaba: “la extinción del caudillaje es nuestra firme resolución”.
Todos estos casos tienen en común lo que los autoritarismos –religiosos o políticos– pueden hacer, mediante un infundio disfrazado de justicia, incluidos juzgadores y tribunales que representan su papel de marionetas, enmarcadas en una escenografía judicial de piedra y cartón.
Irán es uno de los ejemplos más recientes en pleno siglo XXI de la justicia burda y de jueces como portavoces automatizados de un veredicto anticipado. Mohammad Mehdi Karami, campeón nacional de karate y con 22 años a cuestas, fue ejecutado en la horca en enero pasado. En el marco de las protestas por el asesinato de Mahsa Amini –también de 22 años– por el hecho de no llevar correctamente puesto el velo musulmán, Mohammad se manifestó contra la brutalidad del régimen del Ayatola.
Bajo la apariencia de una justicia pronta, en 65 días fue encontrado culpable de “alborotar”, de ser un disruptor del establishment religioso y de, supuestamente, asesinar a un miliciano islámico en una de las tantas protestas que conmocionó a la nación persa. El abaratamiento de la justicia llevó al Poder Judicial iraní a culparlo también de algo ininteligible como lo es el delito de “Corrupción en la Tierra”, de negarle un abogado propio y de permitirle sólo 15 minutos para defenderse, “justicia rápida, pronta y expedita”. En esta caricatura justiciera, de paso fueron condenados a penas de prisión, tres niños, y cuatro adultos a la horca.
En 1979 escribía sobre las purgas cometidas por la revolución de Jomeini y encuentro una frase que aplica a todo tipo de justicia falaz: siempre se está en busca de un enemigo común, y ahora añadiría, quisieran ejecutar rápido a los enemigos, para que no contagien con su disidencia.
POR JUAN LUIS GONZÁLEZ ALCÁNTARA
MINISTRO DE LA SUPREMA CORTE DE JUSTICIA DE LA NACIÓN
LSN