La decisión de la dictadura nicaragüense de desterrar a 222 presos políticos opositores y quitarle la nacionalidad a otros 94, en donde van incluidos escritores, activistas y otros tantos políticos, no hizo más que agitar las muestras de rechazo en contra del gobierno de Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo.
Entre esos expulsados a Estados Unidos se encuentra el excandidato presidencial Félix Maradiaga, que estuvo 611 días en la cárcel de El Chipote condenado a 13 años de prisión por atentar contra la soberanía e integridad territorial de Nicaragua, bajo una ley que se creó para casos de guerra.
Maradiaga, quien por cierto dejó claro que no abandonará su lucha por un cambio democrático de su país, fue sometido a un programa de tortura, donde no tenía derecho ni a la luz del día, menos a ver a su familia, hacer una llamada o leer algún libro, sólo por tratar de desafiar electoralmente a los Ortega.
El exacadémico y opositor relató a este diario como a la medianoche del 9 de febrero le avisaron que se vistiera rápido, para luego ser trasladado a una celda con más presos, fue llevado junto con otros prisioneros al aeropuerto, ahí le hicieron firmar una hoja con sólo una línea que decía que “voluntariamente dejaba el país”.
Lo mismo padeció el líder estudiantil Lesther Alemán, quien dijo al diario El País que “Ortega tendría que aniquilarme para que yo dejara de ser nicaragüense, después de ser desterrado y despojado de su nacionalidad”, la constante es que todos están en pie de
lucha.
Esos destierros, lo que hacen es limpiar el camino para el siguiente movimiento de los Ortega, ¿cuál es? Todavía no se sabe, pero el primer paso está dado. La vicepresidenta Murillo justificó las expulsiones con el “interés supremo de nuestra patria de vivir en
concordia, de vivir trabajando y prosperando desde la paz”.
Muchos nicaragüenses ven la liberación como una señal de buena voluntad hacia Estados Unidos, que ha impuesto sanciones a Managua. Otros creen que es para quitarse de encima a los opositores presos y, con ello, consolidar una permanencia dinástica.
Lo cierto, es que hoy nada ni nadie ha podido frenar los atropellos de Ortega desde 2018, cuando estalló el primer gran brote de enojo por parte de los nicaragüenses, que al unísono rechazaron las reformas al sistema de seguridad social, con un saldo de más de 500 muertos.
A partir de esa revuelta, las prisiones de Nicaragua y la tortura se volvieron las mejores herramientas del gobierno para anular las intentonas opositoras de “frenar el (supuesto) progreso que se respira en la sociedad nicaragüense de la mano de los rancios sandinistas”, o al menos eso es lo que ellos dicen.
Los planes de los Ortega para eternizarse en el poder aún no se han consolidado, el régimen ya se deshizo de más de 316 opositores, pero a diario surgen nuevos nicaragüenses que ya no quieren vivir bajo el yugo de un gobierno represor que tiene como principal meta, nunca irse.
POR ISRAEL LÓPEZ
COLABORADOR
ISRAEL.LOPEZ@ELHERALDODEMEXICO.COM
MAAZ