Malos modos

Acapulco

Cabe preguntarse si Acapulco vivió realmente un momento de gloria, es decir, de gloria-gloria, sin las decadencias

Acapulco
Julio Patán / Malos Modos / Opinión El Heraldo de México Foto: Especial

Cabe preguntarse si Acapulco vivió realmente un momento de gloria, es decir, de gloria-gloria, sin las decadencias, la sordidez y la violencia como acompañantes. Esa gloria, en todo caso, ya había quedado muy atrás hace unos 45 años, cuando Ricardo Garibay decidió dedicarle una larga crónica –no se me ocurre qué otro género podría describir mejor ese libro escrito con oído fino, muy fino, y mirada maliciosa–.

Dice don Ricardo en “Acapulco”: “Infierno y gloria, Acapulco es el hampón y el pescador, el humanista y el cuchillero, la oración y la mariguana. Es la piel dorada del lujo –promesa y cacería del hartazgo– y la requemada piel de la miseria –costras y jiotes y llagas, niños topos con sus botes de “cemento” en los tubos del drenaje. Madrigueras y solanas de mármol. Tugurios y estanques de cursilería millonaria. Transparencias de vidrios y hedores de excrementos”.  

¿Suena familiar? Hasta hace unos pocos años, esos contrastes todavía permitían disfrutar del puerto con su corazón kitsch y siempre decadentón y sus focos de riqueza vieja y sobre todo nueva, es decir, con con esas pequeñas joyas de la arquitectura de antes, cuando pululaban los Weissmuller, los Cantinflas y los Elvis, y con esos millonarios de vieja guardia que veían desde las alturas los edificios de la zona Diamante.

La ciudad era violenta, claro, y los taxistas eran un peligro potencial que ni en los peores años de la Ciudad de México, y cuidado con los antros y los policías, y por supuesto que la nómina de gobernadores impresentables y criminales de guerrilla era de terror. Pero al final el puerto se gozaba, en sus contrastes y su decadencia. Así, hasta que llegó la primera tormenta. 

La malísima administración de Macedonio, conocidamente, fue el primer aviso de que eso iba a convertirse en tierra del crimen organizado, sin más. Desde entonces, con subidas y bajadas, Acapulco no ha hecho sino decaer ya sin muchos contrapesos. Lo habrán notado. Primero fueron las zonas céntricas, a las que de plano ya no podías entrar sin jugarte la vida, los viejos locales incendiados porque se negaban a pagar derecho de piso y las balacearas en la parte antigua de la ciudad.

Luego, la pesadilla se extendió con la última administración, la cuatrotransformacionista, incluso a las zonas de la burguesía muy pudiente. De pronto, los estacionamientos de los centros comerciales cercanos al Princess se convirtieron en las tiendas de conveniencia del narcomenudeo y el desfalco por “protección” le pegó, ya sin pudores, hasta a los empresarios más mainstream. Violencia, corrupción, incapacidad gubernamental… Lo de siempre, pero en esteroides. 

Esa fue la primera gran tormenta. Por eso, no hay sorpresa alguna en que la reacción del oficialismo a la segunda tormenta, el maldito huracán, haya sido la vergüenza que es. 

POR JULIO PATÁN

COLABORADOR  

@JULIOPATAN09

MAAZ

 

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