La polarización de la sociedad mexicana y su reflejo en la política nacional define claramente un mundo de amigos y enemigos con los que hay que contar y a los que se debe enfrentar en su momento. Para el gobierno de López Obrador queda claro que aquellos a los que habrá de eliminar, de una u otra forma, se encuentran principalmente en la oposición política, PAN-PRI-PRD, y en los medios de comunicación, principalmente en los escritos, en la mayoría de los radiofónicos, y en algunos de la televisión, así como en las redes sociales, donde han ido perdiendo presencia a lo largo del sexenio.
Pero también en el sector empresarial, que, temeroso de las posibles represalias del ofícialismo, ha mantenido una posición de sumisión casi total ante la administración de AMLO.
Mientras un selecto grupo de dueños del capital negocia y dialoga con el Presidente, la gran mayoría de ellos se agazapa a la espera de que alguien les haga el trabajo sucio y les despeje el camino del terror ante las acusaciones de pertenecer al amplio grupo de traidores que existe en el país.
Ante esta tríada de enemigos –oposición, medios y empresarios— añadiéndoles a los extranjeros chupa sangre, la labor de Morena y aliados para encontrar amigos que apuntalen la 4T y su continuidad en 2024 se vuelve casi imposible de llevar a cabo.
No únicamente han perdido buena parte de los 30 millones de votantes de 2018, sino que un gran número de los potenciales aliados en la oposición, en medios y en el empresariado han llegado a la conclusión que no hay espacio alguno para la negociación, y que, de aquí en adelante, se trata de resistir un par años y prepararse para la contienda de 2024, para poder así recuperar espacios e interlocución.
La política, entendida como forma de llegar a compromisos entre adversarios, ha desaparecido en México. Queda únicamente la confrontación violenta que define a unos y a otros como “traidores” o “patriotas”.
Se trata de una guerra civil en preparación y crecimiento constante, a la espera que en 2024 todavía exista una institución —el INE— con la legitimidad necesaria para garantizar una elección democrática, legal y reconocida por los participantes.
Es poco probable que esto suceda, dado el hecho de que los hoy detentadores del poder jamás han aceptado como válida una derrota en las urnas. Además, hay que considerar que el escenario traidores-patriotas reproducido por dos años más antes de la elección presidencial sólo apunta a una violencia cada vez más intensa y a una autoridad electoral cada vez más deslegitimada.
Estamos en la ruta hacia la barbarie y el intento de desaparecer, al contrario.
POR EZRA SHABOT
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