El conflicto entre Ucrania y Rusia ha tomado nuevos alcances y está lejos de acabar. Ambos actores se acusan mutuamente de querer defender causas injustas y tratar de imponer su voluntad sobre el proceso de democratización y anexión de Ucrania hacia la UE, el cual está casi por concluirse. Pero las cosas no son tan simples como parecen, sino todo lo contrario.
Para entender un proceso tan complejo como el que sucede entre Rusia y Ucrania es conveniente analizar a detalle lo que ha pasado en la región del Donbás, en especial, entre las provincias de Donetsk y Lugansk, las cuales desde 2004 habían manifestado su apoyo hacia Rusia y su deseo de independizarse de Ucrania.
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Allí hay una guerra civil latente entre los nacionalistas ucranianos y los separatistas prorrusos, un conflicto que lleva más de una década. Ambas provincias se han autoproclamado independientes de Ucrania y cuentan con el apoyo y la financiación de Moscú, que ha bloqueado el acceso por mar y ha dejado la zona en un absoluto caos.
El lunes 21 de febrero, Putin dio un paso más y reconoció ambas regiones como estados independientes. Con esta decisión, el mandatario ruso ha puesto contra las cuerdas los Acuerdos de Minsk, firmados en 2014 y 2015, para arreglar por la vía pacífica la guerra del este de Ucrania.
El acuerdo tuvo dos etapas. En la primera de ellas, durante 2014, los representantes de Ucrania y los separatistas rusos acordaron un alto al fuego de 12 partes en Minsk, la capital de Bielorrusia. Incluía un intercambio de prisioneros, asistencia humanitaria y la retirada de armas pesadas. Pero el acuerdo se rompió después de que las partes violaran los términos.
Volvieron a intentarlo en 2015, esta vez con la participación de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa. Los líderes de Francia, Alemania, Rusia y Ucrania estuvieron presentes y emitieron una declaración en apoyo del acuerdo.
El problema es que la mayoría de las disposiciones no se implementaron porque Rusia insistió en que no estaba involucrada en el conflicto y, por lo tanto, no podía retirar las fuerzas, pues no tenía ninguna desplegada allí.
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En lo que sí insistió es en que se alcanzaran acuerdos entre Ucrania y las regiones en disputa. Ucrania se negó a dialogar con los separatistas y de esta manera el problema se estancó. Con el transcurso de los años, la escalada de acusaciones entre Rusia y Ucrania siguió creciendo sin una mediación efectiva por parte de la comunidad internacional, ni de la ONU, dando como resultado un vacío de poder que amenazaba con estallar en cualquier momento llevándose consigo a la población civil de Donetsk y Lugansk, y siendo una amenaza potencial para la seguridad de Ucrania si las cosas se salieran de control como ya ha ocurrido.
La globalización y sus organismos de orden están muy lejos de soterrar la desconfianza respecto a su imparcialidad y credibilidad diplomática.
POR LUIS MIGUEL MARTÍNEZ ANZURES
PRESIDENTE DEL INSTITUTO NACIONAL DE ADMINISTRACIÓN PÚBLICA
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