COLUMNA INVITADA

Golosinas, zombies y contratos

Por lo general, el conflicto en la historia gira en torno a sus intentos por escapar – por lo general, a través de una interpretación creativa e ingeniosa del contrato – del destino trágico que el propio protagonista ha aceptado incautamente

OPINIÓN

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Juan Luis González Alcántara  / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de México
Juan Luis González Alcántara / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Una realidad que escapa con gran frecuencia al ciudadano promedio es la omnipresencia de los contratos en su vida diaria. Todos los días, muchas veces sin reflexionarlo, celebramos acuerdos, pactos y compromisos que generan derechos y obligaciones. Desde la compra de un café por la mañana hasta el pago de la tarifa de estacionamiento, nuestra vida diaria está repleta de pequeñas transacciones contractuales, cada una gobernada por sus propias reglas y peculiaridades.

Dada esta prevalencia, no es de extrañar que la interpretación y ejecución de los contratos goce de un papel destacado en nuestra tradición literaria. El Mercader de Venecia, de Shakespeare; Fausto, de Goethe y Rumpelstiltskin, de los hermanos Grimm, son sólo algunos ejemplos de esta clase de historias, cuyo protagonista descuidadamente celebra un contrato con alguna entidad siniestra, sin conocer o sin dar importancia a ciertas cláusulas específicas. 

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Por lo general, el conflicto en la historia gira en torno a sus intentos por escapar – por lo general, a través de una interpretación creativa e ingeniosa del contrato – del destino trágico que el propio protagonista ha aceptado incautamente.

Pero estos ejemplos no están limitados a la ficción. En los años setenta, la exitosa banda de rock Van Halen generó controversia por una cláusula específica en contrato que firmaban con cada promotor – en donde se incluían todas las especificaciones que debía cumplir el recinto, tanto en el escenario como los camerinos y demás áreas – se incluía, oculta entre cientos de párrafos, una estipulación específica: en los camerinos de la banda debía haber, entre otras cosas, chocolates M&M’s, pero no podía haber uno solo de color café. El incumplimiento de esta cláusula facultaba a la banda para rescindir el contrato, ocasionando pérdidas millonarias para el promotor. 

Lo que parecía un capricho mezquino y excéntrico obedecía a una razón muy distinta: Acostumbrados a llenar cualquier recinto en donde se presentaran, los de la banda conocían los riesgos que conllevaba el introducir una enorme cantidad de equipo en escenarios que no estaban diseñados para ello, así como los potenciales riesgos para la banda, sus asistentes y el público en general. Por eso, cuando encontraban la golosina prohibida en sus camerinos, sabían que el promotor no había leído el contrato con el suficiente cuidado, y procedían a hacer una verificación exhaustiva de todo el equipo preparado para el concierto.

Quizás en esta misma línea se puede explicar el extraño contenido de la cláusula 42.10 de los términos de uso de Amazon Web Services, que prohíbe el uso de su software Lumberyard Materials en sistemas críticos de seguridad, como equipo médico, control aéreo o centrales nucleares, entre otros. Sin embargo, la propia cláusula provee una excepción, señalando que dicha restricción no será aplicable en casos: “[….] de una enfermedad viral generalizada transmitida por mordidas o fluidos corporales que ocasione la reanimación de cadáveres humanos y que éstos busquen consumir carne humana viva, sangre o tejidos cerebrales o nerviosos, teniendo como resultado la probable caída de la civilización organizada.”

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¿Se trata acaso de una broma por parte del gigante informático? ¿Es, como la “cláusula Van Halen”, un sistema de control para quien lea el contrato? ¿O es una previsión genuina ante la lejana posibilidad de un apocalipsis zombie? Aunque quizás jamás conozcamos la respuesta, quede al lector esta advertencia: sin importar que tan insoportablemente extensos sean o que tan técnico sea su lenguaje, siempre hay que leer los contratos.

POR JUAN LUIS GONZÁLEZ ALCÁNTARA
MINISTRO DE LA SUPREMA CORTE DE JUSTICIA

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