COLUMNA INVITADA

Función pública: una responsabilidad, no una gracia

En esos paralelismos, Plutarco destaca mucho el sentido del deber hacia el Estado –en este caso, la polis griega y la civitas romana–: cómo servirle, cuándo se es necesario y, sobre todo, la virtud de saberse retirar a tiempo

OPINIÓN

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Juan Luis González Alcántara / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

El género literario de las biografías encuentra una obra magnífica en Las vidas paralelas, del historiador griego Plutarco, quien, con un sello muy interesante, escribió casi una cincuentena de biografías con la peculiaridad de contrastar la vida de un griego notable con la de un romano célebre, con elementos afines que le permitieran comparar el carácter moral de estos prohombres.

En esos paralelismos, Plutarco destaca mucho el sentido del deber hacia el Estado –en este caso, la polis griega y la civitas romana–: cómo servirle, cuándo se es necesario y, sobre todo, la virtud de saberse retirar a tiempo.

En una de esas vidas paralelas, se da cuenta de las de dos generales: Temístocles –griego– y Marco Furio Camilo –romano–. ¿Qué hay en común entre estos dos personajes? Ambos corresponden a edades tempranas de sus respectivas civilizaciones: el primero a la democracia ateniense, el segundo a la república romana. Esta dupla se distinguió por defender los intereses patrios contra las turbas domésticas y las invasiones de extranjeros. También los dos sufrieron el exilio por ser incómodos a la élite política de sus tiempos, que sí amaba el poder y la riqueza.

El caso de Camilo es elocuente. En la Roma republicana existía la figura del dictador que, para los casos de emergencias –sobre todo las de tipo bélico– el Senado designaba a un general para hacer frente a la necesidad imperante de defensa. Y como dictador se tenían plenos poderes, algo así como una especie antiquísima de suspensión de derechos fundamentales en un estado de emergencia.

Marco Furio Camilo fue dictador, nada menos, que en cinco ocasiones, una especie de salvador de la patria. Arrancado de la tranquilidad de la faena agrícola, fue y vino en cinco ocasiones, siempre para regresar al terruño y a la labor del campo. Nunca consideró, con la popularidad que ganó y los ejércitos que tenía al mando, retornar para encabezar el poder en tiempos de paz, hacer a un lado las instituciones y asumirse como un déspota.

Camilo, en términos de la retórica ciceroniana, representó la virtud cívica en el entendimiento y comprensión del mecanismo republicano: las instituciones permanecen, los individuos sólo transitan. Plutarco lo sintetizaba del siguiente modo: de los mandos, que fueron muchos y varios, se condujo de manera que la autoridad era común, aun cuando mandaba solo, y la gloria era particularmente suya, consintiendo de estas dos cosas, la primera en su moderación, por lo que gobernaba de un modo que no le conciliaba envidia; la segunda, en su prudencia, que a juicio de todos le daba el primer lugar.

Lecciones de la antigüedad tan vigentes que nos enseña a entender que la función pública es deber, no privilegio; vocación, no triunfo; responsabilidad, no gracia. Que somos partículas pasajeras en el universo del Estado, que los cargos son prestados y que debemos –con prudencia y moderación– saber cuándo se ha dejado de ser útil al Estado. Parafraseando a Camilo: no es con oro con lo que se salva la patria, es con trabajo y ejemplo.

POR JUAN LUIS GONZÁLEZ ALCÁNTARA
MINISTRO DE LA SUPREMA CORTE DE JUSTICIA DE LA NACIÓN

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