El 23 de septiembre pasado vivimos uno de los momentos más conmovedores y extraños en el mundo del deporte, durante el cierre del torneo Rod Lever 2022, que se organiza desde 2017 por impulso de Roger Federer.
El evento fue elegido por el propio Federer para anunciar su retiro como profesional del tenis. En la primera jornada participó en un partido de dobles, su compañero fue Rafael Nadal y se enfrentaron a Jack Sock y Frances Tiafoe, ante los que perdieron, quedando eliminados de la competición.
La imagen de ambos sentados en las gradas azules llorando y tomados de la mano evadió las barreras de filias, fobias e indiferencia al tenis y circuló por todo el ciberespacio. Sólo Federer se retiraba, pero ambos lloraban.
La contundencia de la tristeza de Roger era esperable, pero la de Nadal no, al menos en un primer momento. Debo decir que le dediqué un tiempo a formular teorías sobre ella y concluí lo mismo que varias personas a las que he leído en estos días. Rafa lloraba por su amigo, pero también por sí mismo.
Sacar estadísticas en el mundo del tenis es complicado pero encontré un dato ilustrativo: en 16 temporadas (de 2003 a 2019), Federer y Nadal se enfrentaron 40 veces uno contra el otro. Sin embargo, por el esquema de competición, su rivalidad no se limita a los encuentros cara a cara en las canchas, sino que se extiende a los torneos ganados.
Federer ganó 103 títulos como profesional, de los cuales 20 fueron Grand Slams (ocho Wimbledons, seis Abiertos de Australia, cinco US Opens y un Roland Garros). Obtuvo una medalla de oro en los Juegos Olímpicos en Beijing 2008 y fue número uno del mundo durante 310 semanas.
Su comportamiento impecable dentro y fuera de las canchas, su técnica tan depurada y su personalidad lo colocan como uno de los deportistas más relevantes de su época y de la historia.
Nadal no le va a la saga en cuanto a logros, ha impuesto un modelo con propia personalidad y sigue activo, aunque es claro que cada vez está más cerca de decir adiós.
Se dice que si Rafa no hubiera existido, Federer tendría no 20, quizás 25 o más Grand Slams, y en el caso contrario, sin Roger en el circuito, Nadal seguramente sería el más ganador, por encima de Djokovic. Y ahí me gustaría detenerme, porque creo que eso podría no ser verdad.
La vida de un profesional de élite es difícil de soportar, se necesitan características físicas extraordinarias y también una mentalidad especial. Hace un par de años que Roger no participa en competencias, pero apenas pudo tomar la decisión de retirarse, Nadal lleva años luchando con el dolor para alargar su vida profesional.
Los deportistas profesionales toman determinadas decisiones para dedicarse a lo que les gusta y en lo que son buenos, y si es una senda difícil de recorrer para ellos, seguramente lo es más para familia y amigos.
Todos nosotros tenemos un círculo íntimo en el que nos encontramos seguros, personas con las que compartimos vivencias y que nos entienden cuando hablamos con ellos. En ese espacio nos sentimos escuchados y comprendidos. Me pregunto entonces con cuántas personas Roger y Rafa pueden hablar y saber que su interlocutor ha vivido lo mismo que ellos y puede saber exactamente lo que se siente tal o cual cosa. Supongo que pocas.
Las rivalidades dan mucho sentido al deporte. A nosotros los aficionados nos encanta tomar partido y medir a un oponente contra el otro, especular sobre quién ganará, enlistar las virtudes y defectos de cada uno y esperar por el próximo encuentro. Entre mejores rivales hay más competencia y entre más competencia el espectáculo es mayor.
Por eso a veces pensamos que dos competidores en la cancha son rivales y hasta enemigos fuera de ellas y la verdad es que muchas veces ha sido así. Me pregunto entonces si Roger y Nadal hubieran llegado tan lejos sin el otro, si hubieran encontrado la motivación para seguir esforzándose sin tener un rival a la altura que les marcara el paso y los obligara a ir más lejos, o si sus triunfos tendrían el brillo y la relevancia que se les reconoce si no hubiéramos sido testigos del esfuerzo que hicieron para ganar al oponente.
Y en ese mundo tan complicado estos dos competidores encontraron a otro que les permitió ser mejores individualmente, tener un amigo y alguien a quien apreciar y respetar plenamente, y marcar a una generación.
Claro que Rafa y Roger lloraban por ellos mismos, y por el otro, se lamentaban por lo que ya no volverán a vivir juntos y quizá tampoco personalmente, pero a la vez, creo, que esas lágrimas era un justo tributo y una celebración a los muchos años que compartieron canchas y a los enormes logros que cosecharon cada uno por sí mismos y por el otro. Adiós a Roger Federer y a una época dentro del tenis profesional, pienso que seguramente lo vamos a extrañar casi tanto como Nadal.
POR GUSTAVO MEOUCHI
COLABORADOR
@GUS23258924
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