COLUMNA INVITADA

La moral pública

Corrupción, corrupción, corrupción. Ese mal parece ser más potente que el COVID. El centro de nuestras vidas

OPINIÓN

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Martha Gutiérrez / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Corrupción, corrupción, corrupción. Ese mal parece ser más potente que el COVID. El centro de nuestras vidas. Las historias que desayunamos, comemos y cenamos. ¿Hay alguna sociedad que haya resuelto ese problema? ¿Hay quienes han aprendido a vivir con ella? La corrupción  solo es un subnivel del amplio concepto que se llama moral y que es ampliamente tratado en el ámbito del derecho. Yo, no tengo casas en Houston, McAllen, Montecito, Coronado o Vail, y tampoco creo tener problema con quienes las tengan.

Esta semana, como ya es costumbre en este país, nos vuelven a presentar una más de esas historias que pega en la médula de la sociedad, especialmente de la política. En una Nación ya de por si hyperpolitizada, y en el centro de atención está una vertiente que no se quiere discutir, pero en la  que todos avientan la piedra y esconden la mano: la moral.

Todo comienza porque Andrés Manuel López Obrador piensa que puede imponer lo que se llama moral pública, por decreto, tan solo porque él lo dice  desde el púlpito de sus famosas mañaneras. Ahí es donde establece los supuestos principios y estándares de conducta que tocan casi todas las áreas públicas y privadas de México. Lo hace pensando que su gran incidencia en la sociedad hará que le hagan caso y cambien ciertos atavismos, prejuicios y formas de ser que se han anclado en la sociedad por años.

Claro que identifica bien y es certero con las críticas. Sin embargo, han transcurrido tantos años, en los cuales la sociedad ha avanzado y evolucionado en otro sentido, que la repetitiva narrativa de López Obrador simplemente causa extrañeza, risa o pena, según la aproximación. Sobre todo, porque a la luz de lo que observamos esta semana, no solo no le hacen caso y por ende no fija la moral pública, sino que muy al estilo  latinoamericano le dan "el avión" y cada quien hace lo que quiere, incluso desde su círculo más íntimo.

Mexicanos contra la corrupción y la impunidad llevo a cabo una investigación difundida por Latinus y Carmen Aristegui, en la que sitúan en el centro, la moral de la familia del Presidente de la República. El reportaje pretende evidenciar la desconexión e incongruencia entre lo que dice y hace, a partir de las conductas de José Ramón, su hijo mayor, con la renta y adquisición de bienes inmuebles en Texas y el modo de vida que lleva.

Pero más allá de analizar lo profesional o no de la investigación periodística, la historia en realidad es sobre la relación entre moral y corrupción. Las casas que rentaba José Ramón con un valor comercial de casi 1 millón de dólares, y posteriormente la adquisición de otra casa por parte de su esposa en cuando menos 500 mil dólares, una camioneta de lujo para transportarse, las fotos publicadas en sus redes de sus viajes a esquiar y la vida de magnate que se da, entre otros.

El asunto que pretenden situar es que López Obrador ha confundido (pensamiento de otra época) la lealtad y la amistad, con la moral y la eficacia, y que le fallan los funcionarios, los legisladores, y para terminar de arruinar la fiesta, hasta sus hijos le fallan y decepcionan a través de conductas simplonas y ridículas.

Sin embargo el verdadero problema es que el concepto individual de moral de Andrés Manuel, que si bien es loable y bondadoso, como la lealtad y el seguimiento estricto de lo que él piensa, simplemente atiende a una realidad paralela, y a un México donde esa realidad era conveniente y aplicable hace 4 o 5 décadas en México.  Ahora, eso no basta ni es suficiente, el mundo actual es más complejo y las actitudes no se pueden ocultar, hoy todo es mucho más visible.

Los seres humanos, todos, tenemos defectos y virtudes y López Obrador ha taladrado la idea que solo él  tiene virtudes, y además esas las define él, lo cual es absolutamente ridículo. Además a quienes están en situaciones complejas a consecuencia de actos gandallas de otros como José Manuel del Río o Rosario Robles no los defiende, pero a los suyos aún cuando a todas luces cometen abusos, promulgan leyes opresoras, falsifican documentos y cometen conductas cavernarias como las del gobernador de Veracruz Cuitláhuac García o René Bejarano, los defiende a capa y espada.

Por otra parte, el otro problema que genera es que antepone el pensamiento personal, para muchos  muy atrasado, a los principios del actual Estado Mexicano y pretende modificarlos, solo porque él dice. Es decir, un egocentrismo injustificado elevado y muy subjetivo. Sobre todo porque reduce a México a él, sin comprender que el sistema presidencialista tiene mucho más peso e historia que él, y se demuestra fácilmente que existe un pasado más allá de Andrés Manuel, y que habrá un futuro también más allá de su raquítica visión.

Por todo ello, la discusión se vuelve relevante, no por el reportaje que exhibe los excesos e incongruencias de su familia, sino porque se le juzga en base esa misma moral pública que ha pretendido imponer y que ni en su familia le hacen caso. Es decir, la debilidad cultural ha triunfado, como sucede con Manuel Bartlett, el gobernador Cuitláhuac García, y hasta las hijas de sus fieles funcionarios como de Rocío Nahle, que se fueron a estudiar a escuelas en el extranjero, en contra de la opinión y códigos del Presidente López Obrador.

Enfocar los esfuerzos de un gobierno en la moral pública a partir de concepciones subjetivas e inaplicables en el mundo global actual, siempre será un fracaso. A Andrés Manuel López Obrador su hijo José Ramón, como una bofetada se lo acaba de demostrar. Más aún, intentar determinar cuáles son los estándares de bondad y maldad, más que eficiencia o ineficiencia, eficacia o ineficacia, es una aproximación notoriamente fallida.

Porque la única moral que aplica a un funcionario público es su eficacia y apertura para representar a la mayoría de la población, con objetividad e igualdad en términos estrictos de la ley, punto.

Generación tras generación insistimos en no reconocerlo, ya sea porque no lo comprendemos o simplemente no sabemos como lograrlo. Desde los griegos es un tema abordado. No podemos seguir siendo súbditos. De una vez por todas aspiremos a ser ciudadanos.

Y no es pregunta

POR MARTHA GUTIÉRREZ
ANALISTA EN COMUNICACIÓN POLÍTICA
@MARTHAGTZ

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