COLUMNA INVITADA

Morena: ¿Partido hegemónico o dominante?

La Ciencia Política en una de sus diversas clasificaciones establece diferencias entre los Partidos Hegemónicos y los Dominantes

OPINIÓN

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Alfredo Ríos Camarena / Columna Invitada / Opinión: El Heraldo de MéxicoCréditos: El Heraldo de México

La Ciencia Política en una de sus diversas clasificaciones establece diferencias entre los Partidos Hegemónicos y los Dominantes, los primeros prácticamente utilizan a las elecciones como un simple trámite, pues la mayoría de sus candidatos a puestos de elección popular obtienen sus triunfos por la influencia social con la que suelen arrasar los comicios; generalmente estos partidos son originados por revoluciones o movimientos sociales en los que está involucrada la mayoría ciudadana de una determinada nación.

En México, el PRI fue un ejemplo claro, pues ganó las elecciones prácticamente de todas las gubernaturas, de la absoluta mayoría de ambas Cámaras del Congreso, de los gobiernos estatales y de las presidencias municipales; así funcionó desde la visión del Jefe Máximo, el General Plutarco Elías Calles, quien controló la política durante una etapa denominada “Maximato”. Más tarde, el General Lázaro Cárdenas convierte al Partido en una extensión del poder presidencial, en el que coexistían las diversas fuerzas militares de la Revolución. El licenciado Miguel Alemán desmilitariza el Partido y lo institucionaliza, convirtiéndolo en un instrumento de la llamada “familia revolucionaria”; así funcionó hasta la elección de Ernesto Zedillo.

Los Partidos Dominantes son aquellos que constituyen mayorías relativas y que temporalmente son más votados, están obligados por la competencia electoral a compartir el poder con otros Institutos Políticos; así regresó el PRI con Peña Nieto, pues ya no fue más el Partido Hegemónico, sino un Partido Dominante con gran fragilidad y con una enorme caída de la popularidad presidencial, que perdió la siguiente elección de manera total, frente al actual presidente López Obrador, quien fundó un movimiento que se convirtió finalmente en Partido, pero que de ninguna manera lo podemos considerar hegemónico, sino más bien es un movimiento cuya cohesión está soportada en el carisma y popularidad de su líder; sin López Obrador Morena no existe.

Estos conceptos son importantes porque al parecer el presidente está considerando que su Partido es Hegemónico y que la sucesión presidencial será un simple trámite; las elecciones recientes demuestran que esto no es verdad, adicionalmente su popularidad no se la puede transmitir o endosar a quien sea su candidato. Presume el presidente de tener cuadros políticos en el flanco izquierdo “para dar y repartir”. Los más relevantes en la opinión pública son Marcelo Ebrard, Claudia Sheinbaum y Ricardo Monreal, y la voz del presidente agregó a Tatiana Clouthier, a Esteban Moctezuma y a Juan Ramón de la Fuente.

En esta ocasión no mencionó a Ricardo Monreal, probablemente pensando en que es de los que puede prestar, pues este líder senatorial ha construido un entramado político que le da una fuerza propia; mientras que todos los demás solo están en el candelero político por su cercanía con el presidente.

No le sobran candidatos al presidente, los que mencionó probablemente ni siquiera tengan afinidad ideológica con él y, en general, su gabinete –por su autoritarismo— es mediocre y desconocido por el electorado.

No le sobran candidatos a Morena y los punteros están disminuidos: Sheinbaum porque es la responsable de la derrota electoral mas grave de Morena; Marcelo Ebrard tocado seriamente por los resultados de la investigación del terrible accidente del metro de Tláhuac; y, a Ricardo Monreal se le acusa de división en el escenario electoral de la gran Ciudad.

En lo que sí tiene plena razón el presidente es que la oposición no ha podido –y ni siquiera lo ha intentado— crear una figura que aglutine a los tres partidos que constituyeron la alianza y que pudiera tener la atracción y simpatía con la ciudadanía.

Morena no tiene asegurada la próxima sucesión presidencial.

POR ALFREDO RÍOS CAMARENA
CATEDRÁTICO DE LA FACULTAD DE DERECHO DE LA UNAM

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