MALOS MODOS

Cien años de El chico, de Chaplin

Da un poco de miedo volver a los clásicos, básicamente porque no sabes si lo que tomabas por clásicos no son más bien, en realidad, “viejos”: ejercicios anquilosados; obras caducas a las que el tiempo convirtió en piezas de interés histórico y nada más

OPINIÓN

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Julio Patán / Malos modos / Opinión El Heraldo de México
Julio Patán / Malos modos / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Da un poco de miedo volver a los clásicos, básicamente porque no sabes si lo que tomabas por clásicos no son más bien, en realidad, “viejos”: ejercicios anquilosados; obras caducas a las que el tiempo convirtió en piezas de interés histórico y nada más; historias que perdieron la capacidad de conectar con las personas del siglo XXI, endurecidas y abrumadas de información. Dudé por eso en ver de nuevo, luego de años, El chico, el clásico mudo, que llegó al siglo de edad. Hay preguntas, a priori, válidas: los gags que patentó Chaplin, ¿no quedaron arruinados por su descendencia, esos mil y un comediantes que los convirtieron en clichés? ¿No resulta cargante a estas alturas su personaje, el Vagabundo, luego de convertirse en un tic cultural? ¿No es ya indigerible la carga de melcocha propia del cine chaplinesco, ese contrapunto del humor que tan bien entendía y que luego adoptaron tantos y tantos con resultados tan insufribles como los de Cantinflas o Roberto Beningni?

La respuesta a estas preguntas es “no”. Por el contrario, sorprende la eficacia de ese humor añejo, prueba de que el tempo, la capacidad histriónica –esa ecuanimidad perlada de gestos pícaros, sutiles, sorpresivos– y la complicidad del que actúa con el que ve, la complicidad que dice “Juguemos juntos a la ingenuidad”, aguantan el siglo. No menos importante, sorprende la virtuosa economía con que se narra la historia de cómo el Vagabundo adopta y cría a un bebé abandonado por su madre, convertida luego en una estrella farandulesca impregnada de culpas.

El chico fue el inicio de muchas cosas. Fue el inicio de la carrera única y a su modo sintomática de Jackie Coogan, el niño de la peli, convertido en una estrella infantil que ganó millones, los perdió a manos de su madre y su padrastro, peleó como piloto en la Segunda Guerra y acabó por volver a la actuación en la TV, un paso que nos permitió, en México, disfrutar su interpretación demencial del Tío Lucas en Los locos Addams. Pero fue, sobre todo, el inicio de la mejor etapa de Chaplin, que a sus 30 años se estrenaba como director de largometrajes y que en los siguientes lustros, convertido en un hombre orquesta, produjo, escribió, dirigió y protagonizó, por ejemplo, La quimera del oro, Luces de la ciudad y la fabulosa Tiempos modernos.

Denle una oportunidad a El chico. Luego, síganse con el resto de sus películas mudas. Rematen, les sugiero, con El dictador, del año 40, su primera película completamente hablada y una sátira de Hitler que es realmente una burla del poder omnímodo. Porque aquel Chaplin teóricamente en decadencia, madurito para los estándares de la época, tuvo tiempo para recordarnos lo que algunos que teóricamente se dedican al humor olvidan hoy: los caudillos están ahí para que nos riamos de ellos, no para aplaudirles.

POR JULIO PATÁN
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