Puerto Vallarta no existiría sin Hollywood: serían la filmación de la película de 1964 La noche de la iguana y la presencia de su protagonista Richard Burton y su esposa Elizabeth Taylor lo que pondría el destino en el mapa global para redundar en el Vallarta que hoy conocemos.
Falta preguntarse por qué el director John Huston eligió tan entonces ignoto pueblo para filmar la cinta cuando el cuento de Tennessee Williams que le da origen se desarrolla explícitamente en Acapulco. La respuesta está en la primera acotación de la obra teatral –también de Williams– que media entre ambos: “La acción se desarrolla en el verano de 1940 en un hotel más bien rústico y muy bohemio en una colina de Caleta…
Esto es antes de que la costa oeste de México deviniera el Las Vegas o Miami Beach de ese país, cuando esos pueblos eran todavía asentamientos indígenas predominantemente primitivos…”.
Si La noche de la iguana se filmó en Vallarta y no en Acapulco es, en suma, porque, a esas alturas, habría resultado un miscast: en los tres lustros que separan cuento y película, el puerto había devenido parada obligada para el jet set internacional, locación de películas de Elvis Presley y canciones de Agustín Lara.
Ese Acapulco –el del México del Desarrollo Estabilizador, cuya tracción le valdría todavía otros 15 años– sería el de la bonanza económica y la huella cultural: el del Condominio Los Cocos y el Club de Yates de Mario Pani, el de los clavadistas de La Quebrada avistados desde el hotel El Mirador, el de Las Brisas y el Pierre Marqués, el del Tequila A Gogó y el hoy llorado Baby O’.
El Baby O’, de hecho, sería insignia de ese glamour acapulqueño. Fundado meses antes del Studio 54 neoyorquino, no sólo habría de sobrevivir a éste sino a casi todos los templos internacionales de la vida nocturna que fueran sus contemporáneos. Sólo el Jimmy’z monegasco gozaría de la misma longevidad, y con la misma fórmula: una gran discoteca en un destino de playa codiciado, imán para estrellas internacionales cuya imagen fotografiada se traduciría en relevancia. En el mundo de la noche, todo entusiasmos efímeros, durar 40 años es pasar a la historia.
Recuerdo una de mis últimas visitas a Acapulco, para hacer un reportaje sobre Teddy Stauffer, el suizo que fuera el principal animador del destino entre los 50 y los 80. Parada obligada era el Villa Vera, uno de los hoteles que fundó. Llevaba años cerrado, en la vana espera de que terminara el narcohorror. Invendible dada la situación de seguridad, era más barato mantenerlo pasmado en el tiempo que abrirlo en una ciudad de la que el glamour había desertado junto con la paz.
Que el Baby O’ sobreviviera alentaba esa esperanza de futuro. Con su muerte parece caer el telón ante lo que fue Acapulco. La iguana quedó presa, aislada del mundo por las llamas.
POR NICOLÁS ALVARADO
COLABORADOR
@NICOLASALVARADOLECTOR
MAAZ