La relación no empieza bien. Las cosas no pintan bien. Y parece que antes de comenzar a mejorar –ojalá ocurra pronto-, se descompondrá más. El presidente López Obrador y Joe Biden hablan lenguajes distintos, tienen incentivos distintos, agendas distintas y prioridades distintas. A decir de lo que hemos visto durante el atropellado proceso de transición en EU, y desde antes, en la campaña electoral, uno desconfía del otro, y al revés. Los estilos son tan diferentes como sus personalidades. Las señales no son buenas. La tensión crece.
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Imposible sacar de la ecuación la visita de López Obrador a Washington –su única salida del país en dos años-, ya con el proceso electoral en marcha.
Inevitable recordar que, aunque necesario e irrenunciable, nada bien cayó entre los Demócratas que el viaje haya sido parte de la campaña de Trump.
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Innegable la tardanza –más de dos meses después de los comicios- en reconocer el triunfo del próximo presidente.
Indudable la enorme brecha en agendas como la ambiental y energética, por ejemplo, entre ambos mandatarios.
Incuestionable que el episodio que derivó en la exoneración del exsecretario de la Defensa, Salvador Cienfuegos, abonó aún más a la desconfianza, no solo por la libertad del general, sino por la difusión del expediente del caso, que dejó en ridículo a la DEA, y cuya publicación vulneró el Tratado de Asistencia Legal Mutua entre México y Estados Unidos ( en su artículo 6: Limitaciones en el uso de información o de las pruebas), poniendo en riesgo la cooperación de información para apoyar las futuras investigaciones criminales de México, aunque fue EU quien comenzó con la afrenta brincandose a las autoridades mexicanas.
Implacable la forma de marcar distancia del gobierno mexicano, reformando la Ley de seguridad nacional, limitando –por decirlo suave- la cooperación entre agencias de inteligencia y seguridad de EU.
Incomprensible que no haya invitación a la toma de posesión para el presidente mexicano, el vecino con el que el nuevo mandatario estadounidense, compartirá la frontera con mayor flujo de personas y mercancías en el mundo.
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Las señales no son alentadoras. El conflicto soterrado que hay entre el gobierno de López Obrador y el equipo de Joe Biden, asoma cada vez más la cabeza.
No será la primera vez que el Canciller Marcelo Ebrard y su equipo deba, con extintor en mano, apagar incendios, pero este, a diferencia de otros, es múltiple y ha sido atizado desde el seno de Palacio Nacional. El pronóstico es reservado.
POR MANUEL LÓPEZ SAN MARTÍN
M.LOPEZSANMARTIN@GMAIL.COM
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