Una rosa crece en la calle Francisco I. Madero de la colonia Guadalupe en Chimalhuacán, sitio donde el cuerpo de Diana Velázquez Florencio fue hallado al lado de un montón de basura, al fondo, en una pared pintada de blanco se puede leer su nombre en letras negras, acompañado por el de otras mujeres a quienes la justicia no las ha alcanzado y sus feminicidios siguen impunes. Hace apenas unos días que doña Lidia y Laura, su madre y su hermana, fueron a sembrarla, era la flor favorita de Dianita.
Sobre una cruz rosada, el rostro de una joven de cejas abundantes, ojos brillantes y labios color durazno se puede ver en un cartel de recompensa. "Víctima de feminicidio", se lee en el encabezado; las autoridades ofrecen 300 mil pesos por quien dé información para esclarecer el caso. Ese cartel es lo único que se ha conseguido en la lucha por la verdad y la justicia que mantienen doña Lidia y Laura a casi tres años de que fue asesinada.
Ese anuncio que parece sacado de una película del “viejo oeste” no debería existir, se trata de la medida desesperada de unas autoridades “que no tienen interés” en esclarecer el feminicidio de una joven de 24 años que todos los días se ganaba la vida vendiendo dulces en una canasta: mazapanes, paletas, chicles; todo lo que alcanzara lugar. Diana recorría la ciudad, no importaba que en ocasiones hiciera hasta tres horas y media de camino para terminar su mercancía, lo importante era hacerlo rápido.
Ya no hay pasos de Diana en la ciudad
Amante de la lectura, pasión heredada de su madre, Diana disfrutaba más de la compañía de un buen libro que la de las personas; los textos de Agatha Christie eran sus favoritos, doña Lidia recuerda que ambas iban al tianguis a buscarlos cada que tenían oportunidad.
Doña Lidia no le conoció muchos amigos a su hija en su etapa adulta, “tuvo en la primaria”, por su personalidad introvertida, las relaciones sociales no eran su fuerte.
Escucha aquí la historia de Diana
Un ruido ensordecedor se escuchaba en la casa de los Velázquez Florencio, era Diana que a todo volumen ponía la música que le gustaba, de pronto unas canciones de Shakira, seguían las de Miguel Bosé y de repente las letras de la banda alemana Rammstein.
- "Seguro ni le entiendes a eso", replicaba ante los decibeles la señora Lidia.
Pero a Diana no le importaba, es más, quería juntar dinero para comprarse “una bocinota” para que "con provecho se quejaran de su ruido".
Tener intenciones de usar el baño era un problema en la familia, pues Diana lo clausuraba y montaba ahí su gimnasio, era amante del ejercicio y éste era el lugar perfecto para que pudiera llevarlo a cabo, obviamente acompañada de su música a tope de volumen.
A la joven de las trencitas en el cabello le gustaba estar sola, “no lo demostraba”, pero amaba profundamente a su madre, ella era el eslabón más fuerte de su vida, con ella trabajó mucho tiempo lavando loza y limpiando casas, el pequeño sueldo que obtenían lo repartían entre las dos.
¿Dónde está la dignidad?
El 2 de julio de 2017 Diana salió de su casa para no volver a pisarla nunca más, respondió por la madrugada una llamada de su madre, le dijo “ya voy”, pero no le permitieron llegar con los suyos.
Desde ese momento el infierno, la joven no estaba por ningún lado, se denunció pero las autoridades fueron omisas, “no quisieron hacer la denuncia”, se avisó, se pegaron carteles, se gritó el nombre de Diana por todos lados, pero nadie sabía nada de ella.
En una de las tantas llamadas al teléfono de Diana, por fin una mujer contestó, pero no era ella, se trataba de una persona que había comprado ese celular en el tianguis de San Vicente, con ese antecedente, las autoridades levantaron la denuncia.
La familia estaba desesperada, no hallaba forma de que alguien les hiciera caso, que la buscaran y encontraran. Laura, hermana menor de Diana, tenía el instinto y tomó el papel que las autoridades no pudieron llenar, ella la encontró de la peor forma en la que se puede volver a ver a alguien.
Laura hacía diligencias en Nezahualcóyotl para que se investigarán los teléfonos celulares de Diana y así tener algunos indicios para dar con ella, pero algo la movió y terminó en el SEMEFO de ese municipio mexiquense preguntando por una joven. Dio toda la descripción de su hermana y le respondieron, “la del domingo”, Diana desapareció un domingo.
En una computadora le mostraron fotos del cuerpo que había sido hallado el domingo 2 de julio, el cadáver estaba en avanzado estado de descomposición; era 6 de julio. Laura alcanzó a notar en las fotografías un pequeño lunar que Diana tenía arriba del labio, pero alguien debía entrar a asegurarse que se trataba del cuerpo de su hermana. Al entrar en aquel recinto de muerte, Laura descubrió que nada es como parece, los cuerpos de las personas pierden la dignidad en esos sitios, yacían tirados en el suelo, desnudos, sin nada que los proteja, no hay refrigeración, no hay nada más que descomposición.
Era Diana, la joven “del domingo”, era su hermana a la que tenían días buscando... su cuerpo aún llevaba las trencitas.
“Dianita había sido asesinada, había sido violada, y en esos lugares siguen violentándolas, siguen maltratándolas como si no valieran nada”.
El cuerpo lo levantó una funeraria
Fueron cinco días en incertidumbre, ¿por qué la familia no había buscado en el SEMEFO?, sí lo hicieron, pero los encargados de levantar el cuerpo de Diana trataron el caso como el asesinato de un hombre, así quedó registrado, por eso nadie la encontraba.
Las irregularidades en el caso comenzaron desde el hallazgo, de acuerdo con declaraciones de los vecinos del sitio donde fue encontrada Diana, los agentes de la policía acordonaron la zona con un lazo que ellos mismos les proporcionaron.
La perito Imali del Valle González que se encargó del caso determinó que el cuerpo hallado en la calle Francisco I. Madero con huellas de estrangulación, era de un hombre, así quedó asentado; de ese modo en ningún momento se siguió el protocolo de feminicidio y partes esenciales para integrar la investigación se perdieron; ni siquiera fueron ellos quienes se llevaron de ese lugar el cadáver de Diana, fue una funeraria.
Laura acudió a la funeraria Del Prado, para contratar los servicios para su hermana, le recomendaban que por el estado del cuerpo se cremara, pero doña Lidia no quiso, ella deseaba que su hija reposará junto a los restos de su abuela.
Una vez en el lugar, ubicado a un costado de la Fiscalía de Chimalhuacán, Laura dio los detalles del servicio que necesitaba para su hermana, quien la atendió volvió a decir “la del domingo”, ¿por qué ellos sabían del caso de Diana?, resulta que de acuerdo con lo que le contaron, fueron precisamente ellos quienes se encargaron de levantar del lugar del hallazgo el cuerpo, no fue personal capacitado, fueron lo empleados de una funeraria particular.
Nadie hace nada… no quieren hacer nada
“A mí no me mataron cualquier cosa, me mataron a mi hija”, solloza doña Lidia mientras cuenta el trato que han recibido por parte de las autoridades, a quienes no les interesa “esa es la palabra” dar con los responsables de la muerte de su hija.
De acuerdo con el informe forense, a Diana la violaron y la estrangularon, así terminaron sus días, sus pasos ya no están por toda la ciudad, ya no hay más muchacha con la canasta de los dulces; ya no hay más que deseos de verdad y justicia en el pecho de la señora Lidia.
Del cuerpo se obtuvo la muestra del ADN del agresor, pero al no existir un banco para comparar los perfiles, no se puede hacer nada.
De las investigaciones doña Lidia ha obtenido poco, entre eso, que la ruta que siguió el o los asesinos, está a escasos 20 minutos de su casa y a Diana la mataron muy cerca de donde fue arrojado su cuerpo.
Con una bicicleta, doña Lidia, recorre esa ruta recordando aquel día en el que su hija no volvió, buscando y viendo el sitio en el que arrojaron el cadáver tratando de encontrar algo que no se haya visto, un indicio aunque sea menor de lo que le pudieron haber hecho a Dianita.
Un perfil genético, un boletín que ofrece una recompensa de 300 mil pesos y nada más. Doña Lidia se aferra a ese pedazo de papel y en cada oportunidad lo muestra, tardó dos años en obtenerlo.
Doña Lidia y Laura no tienen ayuda jurídica para llevar el caso, es solo su espíritu y la resistencia ante la revictimización, lo que las ha mantenido en pie de lucha exigiendo verdad y justicia.
Pese lo que pase, yo no me voy a quedar callada, voy a exigir esa justicia para mi hija. Porque creo que hasta que esté muerta ya no voy a poder exigir justicia para mi hija, pero mientras yo viva, mientras mi corazón siga latiendo, voy a buscar esa justicia para mi hija.
Esta historia cuenta con la autorización de las víctimas indirectas.
Por: Paola Sánchez Castro @paoparoli
Edición: María José Serrano Carbajal @serranomajoo
Diseño: Ana Navarro e Ingrid Almaraz
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