La sabiduría popular afirma que la venganza es un plato que se sirve frío y la artista argentina Ana Gallardo (Rosario, 1958) ha sabido dejar refrescar sus dolores para después arremeter. Reivindicar no, dice, “a mí me gusta más la venganza porque además es incorrecta justamente; la gente dice ‘no será revancha’, bueno, también, si querés poner revancha, pero es venganza”.
Engendrada en su alma desde pequeña, la necesidad de ajustar cuentas se convirtió en motor para forjar una carrera en el arte, y fue encontrando aliados en otras mujeres que, como ella, llevan expuesta la herida provocada por la violencia física y emocional patriarcal. Una deriva, más que una retrospectiva, por los temas y preocupaciones que ocupan a Gallardo, integran “Tembló acá un delirio”, que el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (Muac) exhibe hasta diciembre próximo.
“Es venganza, o sea, mujeres que no han podido hacer cosas que quisieron hacer toda su vida y que ahora, después de viejas, de que nadie las ve, que ya no escuchan al marido diciendo ‘estás gorda, no puedes hacerlo’, dicen: ‘bailo, me voy y bailo como quiero bailar, me subo al escenario si quiero, cuento lo que quiero, es ahora o nunca, o lo hago ahora o ¿cuánto tiempo voy a tener? Eso es venganza, tienes que tener ira también para poder salir adelante, mucha ira y mucho deseo”.
Gallardo busca poner en escena una revancha personal y colectiva. Así, por ejemplo, exhibe una pieza que integra algunos óleos pintados en México por su madre en la década de los 50. “Ella la pasó muy mal, se murió muy joven, mal, todo un dramón”, que se acrecentó con el rechazo “de mucha gente que le dijo no puedes, tú no sirves, tú eres mujer, no sabes”. Exponer por fin sus cuadros es un ajuste y una manera de vencer el odio: “La venganza sirve para eliminar esa frustración que se viene acumulando”, considera.
La argentina agrega un elemento más a su trabajo: la acción. En 2016 inició su “Escuela de envejecer”, un proyecto que cuestiona lo que la sociedad industrial ha definido como el fin de la etapa productiva, principalmente entre las mujeres. “Toda esa construcción está basada en que las mujeres, hasta que dejamos de dar hijos, funcionamos, porque le damos hijos al capital; hijos que van a ser esclavos, mano de obra”.
De esta manera el acto de tomar conciencia sobre la posibilidad de envejecer dignamente se vuelve político y ahí Gallardo ancla una de las razones para crear: “Siempre quise ser una artista política, siempre. Pertenezco a la generación de las bohemias, soy hija de la generación de los que creían que el arte era rebeldía, revolución y me lo sigo creyendo , siempre mi trabajo ha intentado estar en esos lugares de transformación, de revolución, de querer cambiar las cosas que no están bien”.
Frustración, venganza, política y arte completan la fórmula para restablecerse. “Eso se va transformando y me convierto en una artista, más que nada, sanadora. Siento que todo mi trabajo me ha sanado, ha sido una terapia, un trabajo de transformación para mí, para mi entorno, para mi contexto. El trabajo, el tránsito, el proceso con algunas mujeres con las que he trabajado nos transformó en algo, un poquito, no sé si duró mucho, pero por lo menos un periodo y eso creo que finalmente termina transformando esa idea y sí, cambiamos el mundo”.
- Gallardo se formó de manera autodidacta; ha trabajado con escultura, instalación, dibujo y performance.
- Reside en México desde los años 80, donde se quedó porque encontró la manera de vivir de su trabajo.
- Su práctica vincula a distintas generaciones y da visibilidad a grupos aislados de la sociedad, como los adultos mayores.
PAL