‘Es pura mercadotecnia’. ‘Su fama es por haber sido esposa de Diego Rivera’. ‘Usó su enfermedad para hacerse célebre’. ‘Además, no era bonita’. Estos son los ‘peros’ que escucho de los detractores de Frida, desde hace casi dos décadas en las que he venido colaborando con la Casa Azul. Con motivo del aniversario luctuoso, y a 70 años de que Frida muriera, quiero ponerle “peros” a esos “peros”. Comparto cinco aprendizajes a los que he llegado en 20 años de escribir sobre la pintora latinoamericana más reconocida en el mundo.
Primer aprendizaje: ¿Por qué la pintura y la vida de Frida siguen vigentes a 70 años de su muerte? Porque Frida le habla a muchos. Hoy se identifican con ella las feministas, la comunidad LGBTQ+, las poblaciones con alguna discapacidad… Pero no sólo ellos. Hace meses, varios colegas visitaron a la directora del documental Frida (2024, premio de edición en el Festival de Sundance). La cineasta Carla Gutiérrez les dijo que su interés en Frida se disparó cuando vio Autorretrato en la frontera entre México y Estados Unidos (1932). Siendo ella peruana, radicada en EUA desde los 19 años, se identificó con esa sensación de no pertenencia que Frida también experimenta cuando vive en el país vecino. Y después, cuando se topa con otro cuadro donde Frida pinta su aborto, Carla sintió representada su propia pérdida. El arte es sanador. La mercadotecnia, no. He aprendido que la obra de Frida, tan directa y dura para unos, a otros los sana.
Segundo aprendizaje: Empezó a pintar antes de conocer a Diego. Ella nunca tomó más clases de pintura que cualquier alumno en el colegio. Como todos saben, comenzó a pintar para entretenerse durante los largos meses que pasó acostada, recuperándose de su accidente. Lo que no todos saben es que el grabador Fernando Fernández -amigo de Guillermo Kahlo- ya se había sorprendido con la inusual habilidad de Frida para el dibujo. Frida conocía de arte y a lo largo de su vida abrevó en la obra de pintores, visitó museos en Detroit, San Francisco, Nueva York y París. Su pintura es resultado de un largo camino de autoexploración. Su obra está llena de simbolismos universales y personales, de referencias a libros leídos, arte europeo, cultura prehispánica, lenguaje popular. Usa el collage, pinta con óleo, concibe una muy personal paleta. En 1931, a los 24 años ya había expuesto su obra en San Francisco y, en 1939, a los 32, el gobierno francés había comprado uno de sus cuadros para el Louvre.
Cierto: Frida al lado de Diego convivió con la intelectualidad de la época. Sin embargo, Diego tuvo cuatro esposas: Angelina Beloff, Lupe Marín, Frida y Ema Hurtado. El talento de algunas de ellas ha sido opacado injustamente por la historia. Sin embargo, ninguna entabló una relación tan fructífera como Frida. Se dice que los intelectuales llegaban a la Casa Azul por Diego, pero se quedaban por Frida. Como todos, construyó redes que la ayudaron profesionalmente. Debemos lo que somos a las personas que nos han formado. Frida tuvo la suerte de rodearse de personas creativas, pero tiene el mérito de haber sabido aprender de cada una de ellas.
Así, descubrí las muchas habilidades artísticas y sociales de Frida. Era una gran conversadora, le gustaba cantar ranchero, tenía sentido del humor, terminó hablando y escribiendo el inglés fluentemente, y desarrolló una gran facilidad para la escritura y la relación epistolar. Fue ella, a través de cartas y detalles, la que entabló amistad y relaciones que le ayudaban a Diego. Frida pintaba, administraba la casa, llevaba la cuenta de los gastos, manejaba las relaciones públicas de su esposo y de ella. Leía poesía, diseñaba su ropa, se interesaba por la medicina y la filosofía. No fue una artista improvisada, sino una personalidad creativa que cultivó todas sus habilidades.
Tercer aprendizaje: Tuvo que vivir con las secuelas de un accidente donde murieron personas. Tuvo tantos corsés -alrededor de 30- y se sometió a tantas cirugías -más de 20-, que los especialistas no se han puesto de acuerdo en el número exacto. El dolor y el malestar crónico marcan su vida y su obra. Diego -que fue el primer Fridómano de la historia- supo ver en Kahlo su gran aportación al arte: ser la primera pintora en reflejar la realidad biológica de la mujer: nacimientos, abortos, feminicidios, enfermedad, celos, discapacidad, erotismo. La obra de Frida es honesta. La pintora no tuvo pudor para mostrarse vulnerable.
Cuarto aprendizaje: No se ajusta a los estándares de la belleza europea, aunque su padre haya sido alemán de ojos miel. Su atractivo es resultado de una mezcla de culturas: la europea, de su padre, y la indígena, de su linaje materno. Su ceja poblada -su firma inequívoca- enmarca unos ojos fieros y expresivos, que, desde pequeña, miran de manera directa al espectador.
Sus labios son carnosos; sus manos, estéticas: uñas con esmalte rojo y dedos llenos de anillos. En las pocas fotografías en las que aparece con el torso desnudo, se le ve una cintura esbelta, una cadera suave y unos pechos bien formados. Frida no responde a la estética de una Barbie -aunque la Barbie sí se haya tratado de adaptar a la estética de Frida cuando Mattel sacó su modelo de colección en 2018-. Su belleza no es convencional. La enfermedad la marchita prematuramente, pero las imágenes que le tomaron grandes fotógrafos como Nicholas Muray, Gisèle Freund o Lucienne Bloch muestran a una Frida joven, fresca, de una hermosura vital.
Quinto aprendizaje: Es una persona mucho más compleja de lo que la hemos dejado ser. Contradictoria, frágil, emocional, inteligente, disruptiva. Como dijo la directora Carla Gutiérrez, una mujer que se dio permiso de no callarse. Frida no surgió de la nada. Es parte de una generación de artistas talentosas y transformadoras, amigas entre sí. Como regalo en este aniversario, podríamos obsequiarle a Frida un poco de espacio, dejar de encasillarla en esos lugares comunes y darle el derecho de seguir hablándonos. Algo aprenderemos.
Por Virginia Hernández Reta
EEZ