Cúpula

La incorporación de la Semana Santa en la tradición mexicana

La asimilación de la semana santa entre los pueblos indígenas tras la conquista fue un proceso lento

La incorporación de la Semana Santa en la tradición mexicana
Representación de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo en Iztapalapa Foto: INAH/ Mauricio Marat

Una vez efectuada la caída de México-Tenochtitlan el panorama que se presentó ante los conquistadores para convertir a la religión católica a los indígenas de estas tierras y hacer efectiva la frase “En nombre de Dios y del Rey…” constituyó un verdadero desafío que sólo pudo dar inicio con la llegada de los primeros franciscanos, en 1523, quienes llegaron a la Nueva España en la cantidad de 12 frailes para completar la tarea de los 12 Apóstoles de Jesucristo, cuya misión primordial había sido la de llevar la palabra del hijo de Dios a otros lugares del mundo.

Evidentemente, no fue nada fácil evangelizar a los indígenas de México, primero por el impedimento del idioma y luego por su resistencia a reemplazar el culto a sus ídolos por Cristo, la Virgen María o cualquier otro santo.

Entre las principales estrategias que los frailes idearon para evangelizar a la población de la Nueva España podemos mencionar los catecismos ilustrados, las misas al aire libre, el teatro indígena, las danzas y las gramáticas en ciertas lenguas indígenas. 

En la actualidad, a casi cinco siglos después de la Conquista, sabemos que dicha resistencia se efectuó con el engaño indígena de esconder ídolos prehispánicos dentro de los santos de madera o de caña que ellos mismos confeccionaban.

También, ante la prohibición de continuar con los sacrificios humanos por la Iglesia católica y la Corona española, la horrorosa práctica de extraer corazones y derramar sangre en honor a Tlaltecutli-Tonatiuh, se ideó por parte de los indígenas la eficaz manera de representar los símbolos más emblemáticos del sacrificio humano dentro de los recintos sagrados de la fe católica, mediante pinturas que evocaban esta práctica y que eran impregnadas cerca del atrio de algún convento - como en Ixmiquilpan, Hidalgo -, a las cuales se les revestía con capas de pintura de manera que no fueran visibles a los ojos de los españoles, y de esa forma efectuar el rito del sacrificio humano al momento en que el párroco ofrecía el cuerpo y la sangre de Cristo en la eucaristía.

En casos opuestos, los españoles tuvieron el tino de fundar iglesias y conventos en sitios claves del culto indígena para enfocar ahí el culto a la religión católica, tal es el caso del Cerro del Tepeyac, lugar del que se ha pensado que se siguieron practicando sacrificios humanos después de imponerse el culto guadalupano, y la iglesia de la Virgen de Juquila, en Oaxaca, en donde se sabe que las primeras representaciones de esta virgen eran, en realidad, evocaciones de alguna diosa prehispánica ataviada con vestimenta europea y que aún en la actualidad entre los zapotecos se le conoce como Xoo-nax, deidad que Alfonso Caso identificó como la diosa del inframundo o de la muerte.

Archivo Heraldo de México

En lo que respecta a la Semana Santa en la Nueva España, ésta celebración debió tener el mismo proceso de conversión y adaptación religiosa que tanto conquistadores como conquistados habían aprendido a asimilar de manera autónoma. Este proceso había logrado inducir de forma muy exitosa la instauración del culto cristiano entre los naturales de la Nueva España – llamados así por no haber recibido aún la fe del bautismo -, al basarse en una reinterpretación del sacrificio humano, algo que no fue impuesto del todo por los españoles, sino por los mismos indígenas quienes ávidos buscaban una continuidad a sus ritos, los cuales ocultaron celosamente ante la mirada peninsular. 

Un caso particular que llama la atención, vinculado con la Semana Santa, es el que nos describe el historiador chalca Domingo Chimalpáhin –posiblemente el primer reportero en la historia de México, tal como conocemos ahora esa profesión– quien es su Diario (escrito entre 1606 y 1615) nos describe la matanza de 35 negros, 28 hombres y siete mujeres, en plena Semana Santa, el 2 de mayo de 1612, durante el gobierno del virrey Don Luis de Velasco.

Los rebeldes fueron colgados luego de iniciar una rebelión en contra de sus amos y del gobierno español, en la cual planeaban eliminar a las autoridades peninsulares y a una gran cantidad de pobladores de la Nueva España para iniciar una nueva colonización encabezada por personas de raza negra, en donde todos los religiosos serían eliminados con excepción de los sacerdotes pertenecientes a la orden de los carmelitas descalzos, los frailes descalzos de la orden de San Francisco y los padres teatinos de la Compañía de Jesús.

Lo anterior con el objetivo de que los nuevos descendientes de la nueva colonia negra fueran instruídos exclusivamente por tales religiosos para que al paso de los años los hijos de los negros pudieran ser sacerdotes y oficiar misas. Asimismo, los negros tomarían como esposas a las mujeres de mejor apariencia mientras que a las que no lo eran las matarían, y si una vez que procrearan hijos con ellas éstos fueran diferentes a la raza conocida como mulatos moriscos, inmediatamente los matarían.

Los rebeldes fueron descubiertos y colgados el Jueves Santo siendo tanto el miedo que invadió a la población que en ningún lugar de la Nueva España pudieron hacer procesión alguna. Las víctimas fueron descolgadas el día siguiente y exhibidos en plaza pública para luego ser llevados en procesión en lugar de Jesucristo redentor.

Por Guillermo Correa Lonche

Historiador por la ENAH y profesor de la Universidad La Salle México Santa Teresa

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