Mirar hacia atrás para narrar el camino andado durante las seis décadas que cumple la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana (CANIEM) no es fácil.
Debemos observar con detenimiento los lugares que ha atravesado la cámara, su consejo, sus afiliados, su relación con los diferentes gremios que componen el ecosistema editorial.
La edición se encuentra en un campo dinámico y convulso: a lo largo de la historia podemos notar una gran cantidad de transformaciones. Intentemos trazar una ruta.
La fundación de la CANIEM tiene su antecedente en el Instituto Mexicano del Libro y la Asociación Mexicana de la Industria Editorial. Estas organizaciones gremiales podían estar integradas lo mismo por libreros y editores.
Su intención era mostrar a las autoridades gubernamentales los problemas y complicaciones de la edición y el libro, para buscar soluciones en conjunto. En un principio era poca la atención oficial que se conseguía, hasta la llegada de Manuel Ávila Camacho, quien promovió exenciones fiscales para editores y libreros.
Posteriormente surgió la necesidad de crear una cámara que trabajara de manera particular las problemáticas de los editores. Fue así como en 1964, tras redactar los estatutos, se crea un consejo provisional y luego de una solicitud ante la Secretaría de Industria y Comercio se logró constituir la CANIEM.
Las actividades de la CANIEM a lo largo de los años fueron amplias. Cuidó los intereses comerciales, sin duda, pero también abonó a la profesionalización del sector editorial.
De esta manera, en los 70 participó en la fundación del Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (CERLALC), instituto formado por 21 países que tiene como objetivo la investigación, divulgación y construcción del conocimiento en materia del libro y de la lectura. El CERLALC es pieza indispensable para comprender la edición en nuestra región.
Hoy, el resultado de sus investigaciones se publica con acceso libre –no podría ser de otra forma– en su sitio web.
La cámara también hizo frente a la escasez de papel de PIPSA, papelera estatal que controlaba el suministro del material y lo utilizaba como medida de control y censura. Igualmente, la CANIEM dio continuidad al Convenio de Berna en cuanto a legislación autoral –que protege autores, pero también garantiza en excepciones y limitaciones el acceso a la educación–.
Además, con el paso del tiempo, la cámara consolidó su participación en la Feria de Fráncfort, consiguió importantes descuentos con el sector privado de la industria papelera, protegió las exenciones fiscales en torno a la actividad editorial y promovió la cooperación entre instituciones gremiales.
A lo largo de 60 años, la cámara ha participado activamente en la vida económica y política de la edición en México, a través de un espíritu democrático y siempre en búsqueda de representar la diversidad del libro y poder agrupar las diferentes voces de todos los actores del ecosistema editorial.
Desde luego no ha sido tarea fácil: el campo de la edición es amplio y variado. La participación de la cámara, así como de otras instituciones gremiales –libreros, bibliotecarios, impresores, papeleros, autores, diseñadores y demás– ha abogado por el reconocimiento del libro y la edición como actividades fundamentales de nuestra sociedad, no solamente como actividad comercial, sino también como una parte significativa para la conservación del patrimonio cultural de nuestro país.
Eso permite trabajar políticas públicas para la edición: un ejemplo claro es que libros, periódicos y revistas no pagan IVA en la legislación mexicana actual. La CANIEM ha tenido también un papel fuerte en impulsar la Ley de Fomento de Lectura y el Libro donde se establece el precio único del libro, medida primordial para la protección de los lectores, pero también para los libreros pequeños y medianos que no pueden hacer frente a la inmensa cantidad de descuentos que ofrecen las grandes librerías. Las regulaciones del mercado en materia editorial son indispensables, pues la edición no es una actividad comercial más.
Cuando publicamos, ya sea en formato digital o impreso –inclusive cuando publicamos audiolibros–, estamos abonando a la construcción de la memoria histórica y cultural de una comunidad, un pueblo y una nación. Así, el equilibrio del ecosistema editorial entre pequeños y grandes ha sido agenda histórica de la cámara, pues con ello se salvaguarda la bibliodiversidad.
El camino que ha seguido la CANIEM, hoy nos lleva a formar una institución con seis comités sectoriales –libros infantiles y juveniles, independientes, de interés general, de contenidos educativos, de educación superior, académicos y universitarios– que muestran la riqueza de la producción editorial.
No hay tema que no pueda abarcarse en el amplio registro de la publicación y la edición. Los comités y afiliados son representados por el Consejo Directivo de la CANIEM, que día con día trabaja por los intereses de todos los sectores y busca garantizar así la salud económica, política y laboral de todo el ecosistema editorial.
En efecto, queda mucho por hacer –la labor editorial es siempre interminable–, sin embargo, es en la imagen del presente que reconocemos el trabajo que se ha hecho en el pasado.
La historia nos trajo hasta aquí.
Por Carlos Armenta
Editor en Impronta Casa Editora
Presidente del Comité de Editoriales Independientes de CANIEM
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