El escritor Luis Mateo Díez (Villablino, León, España, 1942) galardonado con el Premio Cervantes de Literatura 2023, considerado el Nobel de las letras en español, recogerá la presea el próximo 23 de abril en una ceremonia solemne presidida por los Reyes de España en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares.
El acta del jurado, dada a conocer el pasado 7 de noviembre, destacó “su prosa singular que sorprende por sus continuos y nuevos desafíos. La mezcla que acomete entre lo culto y lo popular, su pericia y dominio del lenguaje, así como su humor expresionista con el que retrata la complejidad humana”.
Su dilatada trayectoria y los numerosos premios que ha obtenido a lo largo de cuatro décadas, en las que ha producido unas 40 obras, lo consolidan como uno de los narradores más prolíficos de la contemporaneidad.
Este fabulador de historias, creador del “Reino de Celama”, un territorio de ficción ancestral y misterioso, poblado de 400 personajes, que permite el desarrollo de la inmensidad de su literatura, concedió una entrevista a Cúpula en su domicilio de Madrid.
¿Nos puede adelantar algunas referencias del discurso que pronunciará el próximo 23 de abril en la ceremonia del Premio?
Primero, la referencia que voy a hacer al Quijote, a Cervantes, es una referencia que se relaciona con mi infancia. Yo conocí a Don Quijote de la Mancha de niño, leído por el maestro de la escuela en una versión adecuada y me impresionó mucho.
Fue para mí como un héroe extraño que me suscitaba emociones muy encontradas, un héroe que salía a salvar el mundo y era tan vapuleado. Haré esa referencia porque voy a hacer un discurso hablando de dónde vengo como escritor y en dónde estoy ahora.
Y el de dónde vengo está ahí, está también en el mundo de la oralidad, de mi niñez, en un sitio especial donde había estado la institución libre de enseñanza, en fin, me referiré a muchas cosas de esas.
En su último libro El limbo de los cines rinde un homenaje a la magia de las salas de cine. ¿Siente igual fascinación por la literatura que por el séptimo arte?
Sí, bueno, la literatura es la piedra básica de mis intereses artísticos, el contar historias. Pero pienso que la gente de mi generación estuvo muy influenciada por el cine.
De modo que considero que la literatura tiene grandes débitos con el cine, con la renovación de la novela, hasta con las técnicas de contar y algunas circunstancias más relacionadas con las vanguardias. Y luego, claro, la cinematografía tiene mucha deuda con la literatura, toda la gran tradición decimonónica, la manera de narrar.
Ahora lo estamos viendo ya en las series cinematográficas, pues no sé, se ha vuelto mucho a una manera de contar las cosas por extenso, con esa dimensión un poco decimonónica. Pero sí, yo fui joven cinéfilo, sigo siendo un empedernido cinéfilo, la pantalla grande ha llenado profundamente mi vida y El limbo de los cines es, en efecto, un homenaje.
¿Qué supuso para usted descubrir El llano en llamas del autor mexicano Juan Rulfo?
Un hallazgo deslumbrante. El llano en llamas de Juan Rulfo es para mí una obra de referencia, bueno, además es un ejemplo extraordinario. Ahora me he hecho un escritor prolífico, pero la abundancia, la cantidad, tampoco da garantía de nada. Rulfo es un ejemplo extremo de cómo con lo poco se llega a lo máximo.
Hombre, no hubiera estado mal que aquella teórica novela pérdida, que era La cordillera, la hubiéramos conocido, pero con lo poco, unos cuentos y una novela corta está en el máximo. El llano en llamas lo encontré sin tener ni idea de Rulfo, en una biblioteca de Oviedo donde yo estaba estudiando y, bueno, como tenía, diríamos ambientación mexicana estaba fascinado por México totalmente, por la tradición de mi familia. Hasta como cinéfilo era devoto de Cantinflas. Lo mexicano me fascinaba totalmente y ese libro me deslumbró muchísimo. Yo creo que marcó literariamente un poco mi vida, es un hito, un hito de eso, de la literatura como descubrimiento.
La muerte, ¿cómo la afronta? Hay pérdidas irreparables. Su esposa Margarita falleció y usted ha dicho que es la mayor ausencia de su vida.
Claro, la muerte. De la muerte no tengo una sensación excesivamente catastrófica. No sé, yo creo que puedo asumir perfectamente la muerte, lo que me preocupa un poco es el cómo: no morirte en paz y tranquilamente, que sólo te duermes y te quedas y vas a esa otra dimensión maravillosa que es la nada más absoluta, donde se debe de estar muy bien, muy a gusto.
Pero sí, ese pleito de cómo, en el cómo y bueno, claro, en las circunstancias cercanas, familiares, amistosas, en la vida uno va viendo muertes duras, muertes de todo tipo, también muertes apacibles y de otro tipo.
Pero no, para mí el sentido de la muerte es una idea de final, de liquidación por derribo, de transformación y también de que ahí queda eso y y que sea así, la verdad, no tiene para mí una trascendencia enorme. Tampoco en mi obra la muerte es uno de los temas cruciales, como lo es la muerte o los muertos en Rulfo, que además tiene tanto que ver con las culturas populares mexicanas y con la parte festiva de la muerte mexicana. Pero no, creo que aspiro a morirme con tranquilidad, a llegar a esa otra dimensión maravillosa que es la nada más absoluta.
¿Cómo afronta la vejez?
Eso es más complicado, porque con la vejez, yo creo que estamos más engañados.
Con la muerte es difícil engañarse, a no ser que sea trágica y que se aparezca cuando no debe. La vejez tiene la aureola de la edad, de la experiencia, llega uno al final y hay un punto como de quietud, y todo eso es un gran engaño.
La vejez es muy dura, muy dura, muy dura, el cumplimiento de la edad al límite; lo primero de todo, es algo que yo repito ahora, es que el cuerpo pesa, pero pesa como un demonio y luego la vida se hace incómoda, hay que tirar para adelante.
No quiero pasarme de pesimista porque no lo soy, pero doy pautas de lo que es para mí haber cumplido tantos años, llegar a una edad con una salud honorable, pero empieza a haber agujeros molestos y luego, tengo un amigo que dice una cosa tremenda, que es bastante verdadera, dice 'mira Luis, ahora que somos viejos, todos los días nos duele algo y nunca es lo mismo'.
Algo de eso es la vejez, además de ese momento de retirada, donde hay muchas cosas maravillosas, claro.
El destino como sentido de la vida le interesa mucho, ¿no es así?
Literariamente lo que me interesa es contar.
Para mí es contar la vida, transformarla en materia imaginaria, no ser realista, ser irrealista, andar por otros conductos o por otros vericuetos, pero todo eso sazonado con esta idea de que contar la vida es cuando uno se vuelve en un escritor importante, es contar el sentido que tiene la vida y bueno, eso es una pretensión que no creo haber logrado hasta ahora, pero que espero que con lo que me quede después del Cervantes haya alguna novela que merezca la pena de verdad.
Se advierte que usted es un autor prolífico. ¿Alguna vez llegó a algo que lo inquietara?
Estoy lleno de débitos con todos los grandes escritores que he leído.
Tengo débitos con todo el mundo, en realidad poco hay mío, todo está en el terreno de lo que hay que reponer, de lo que hay que pagar, y en eso sí que pudo haber algún momento de inquietud, de decir, bueno, veo la claridad del camino y de pronto sí me doy cuenta de que estoy extraviado, estoy extraviado en la manera de escribirlo, pero en la historia que se me ocurre o en las vidas ajenas que quiero acotar, y ahí he sido un poco precavido, no me interesaba meterme donde no me llamaban, porque tengo un gran respeto por mis personajes, los buenos, los malos, los medianos, a todos los respeto mucho y, entonces, en algún momento en que había algún viraje en el que podía torcer más allá de lo debido la emoción, el sentimiento, o no guardar bien el secreto de alguno de mis personajes, ahí he sentido la inquietud y he sido moralista.
¿El Cervantes abre la puerta para que su obra llegue a otros lectores latinoamericanos?
Sí, sí, claro. Yo pienso que la conexión americana y nuestra América, toda está permeada por una lengua común, y claro, esa es nuestra gran riqueza: una lengua común desde tantos lugares es una cosa tan extraordinaria, tan explosiva, tan variada.
Creo que podemos tener ya una conciencia de que el español es lo que nos unifica, esa lengua, esa lengua con tantas variantes, y luego, por eso es fundamental, para saber quiénes somos desde aquí, desde la península, hay que ir allí.
La cultura pop, la inclusión, los discursos políticos, ¿son elementos que marcan tendencia en el habla popular?
No, yo creo que en eso soy muy machadiano, pienso que el latido de lo verbal está en lo popular, en lo popular como la imaginación verbal, con la capacidad comunicativa y también con unas pautas, diríamos muy personales y muy particulares, eso que decíamos antes de ir a escuchar o andar por España, ir y subir a Galicia o bajarse a Andalucía, y escuchar las tonalidades y todo eso. Yo pienso que nuestra lengua tiene un refuerzo porque es muy poderosa y es muy poderosa porque está en muchos sitios, tiene una gran variedad, y eso la hace ser fuerte y poderosa, pero vivimos en un mundo en el que hay muchísimas posibilidades de usar las cosas en beneficio y por eso debemos tener el cuidado preciso.
Ahora, por ejemplo, que llega la Inteligencia Artificial, aquí en la Real Academia y en todas las academias americanas, hay un intento de rearmarse para decir, 'oiga, usted va a hablar, las máquinas hablan', pero ¿cómo hablan?, ¿qué español van a hablar las máquinas? Bueno, eso por poner un ejemplo pasajero, pero creo que nuestra lengua es poderosa, más firme y más hermosa y sustancial que todo lo que puedan mariposear o hacer políticos y otro tipo de gentes.
Por Patricia Alvarado
EEZ