La vida puede ser un infierno, las personas podemos hacernos pedazos, la maldad, sin duda, es parte de la naturaleza humana. Pero, ¿somos más que seres primitivos buscando sobrevivir? Para el escritor y crítico literario Geney Beltrán (Durango, 1976) somos más, mucho más, somos también seres que buscan amor, cuidado, protección, paz, empatía y solidaridad; por ello, en Crónica de la lumbre renuncia al fatalismo y, por el contrario, se adentra en una profundidad mayor: las emociones, para entregar, dice, una novela que explora el realismo límbico.
La novela arranca en febrero del año 2000, cuando Adrián, un joven, confiesa a sus padres que asesinó a su novia y, por ello, ha decidido suicidarse. Su madre, Narsia, habrá de enfrentarse a mucho más que a la pérdida, también a una enfermedad cardiaca que la tiene en el borde de la muerte.
La vida de Narsia se entrecruza con la de Arsenio, un periodista extraviado que se enfrenta a una paternidad forzada, luego de que la madre de su hija es asesinada en un tiroteo. El dolor es poderoso en ambos personajes, pero lo será aún más la pulsión de vida, esa que sale del deseo de permanecer.
“Lo que he querido contar es cómo Narsia guarda el dolor por la muerte de su hijo Adrián y cómo Arsenio trae el dolor por la muerte, luego de una larga enfermedad de su madre, cuando él era un adolescente, es alguien que está en una suerte de laberinto existencial, con un sentido de identidad que va más allá de que sea periodista, más allá de que sea papá, o más allá de que sea tan nefasto en las relaciones amorosas”, cuenta Beltrán.
En ese sentido, añade, hay una lógica de la supervivencia que se activa en estos personajes, lo que los une es ese sentido de la mortalidad, el miedo a la enfermedad, el miedo a la vulnerabilidad, y esto los lleva a pensar en términos de supervivencia, vivir siempre es sobrevivir en el sentido de que puedes tomar decisiones equivocadas que te acerquen más a la muerte o te alejen.
“Los personajes viven o conviven con la muerte porque está alrededor de ellos. Todos traen esas historias de pérdidas, algunas muy trágicas que parecen romper el orden natural de los hechos. Para empezar, Narsia no tendría que haber enterrado a su hijo, sino al revés; entonces esa vulnerabilidad es lo que permite acercarnos a la verdad de la existencia de cada uno. Es ahí cuando realmente uno se quita las imposturas, se quita las máscaras, deja de darle tanta importancia a las convenciones sociales o a las búsquedas mundanas y aun así tomamos decisiones equivocadas y aún así podemos lastimar a los demás”, indica.
Una de las cuestiones con Arsenio es que él cree que quiere ser un buen padre, pero no hay ejemplos que identifique con los que pueda haber una forma emocional de ejercer la paternidad. Mientras que en el caso de Narsia, ella no acepta el papel de la maternidad de manera tradicional, sus intereses están más cerca de la autenticidad en el teatro, en la astrología y en la libertad.
“Este problema de la paternidad y la maternidad truncada o fallida o con culpa es porque son raros los casos de personas que toman conciencia del daño que le hacen los hijos; usualmente los padres vamos por la vida asumiendo que hacemos lo correcto con nuestros hijos, que los educamos de la manera que se tienen que educar, que hacemos lo propicio para tener una suerte de seguridad de que la vida de los hijos va a estar bien. Y en el caso de la paternidad del ejercicio de un varón hay también un problema histórico que es que no hay antecedentes, no sólo hay ausencias físicas, sino también emocionales, o sea el padre no sabe comunicarse emocionalmente con sus hijos y ese es el gran problema de Arsenio con su hija, él cree que, llevándola con la psicóloga, se van a resolver sus problemas”, añade.
Beltrán considera que en estas últimas décadas el arte en América se ha casado con el fatalismo, pues en prácticamente toda la región hay una circunstancia de violencia cruzada con la impunidad y con la pobreza. En Colombia, en Argentina, en Chile y, por supuesto en México, muchos artistas han asumido que hay una industria del fatalismo porque si todas las tintas son negras en Europa van a clamar ese trabajo. De modo que ir en contra no es la solución, sino ir con congruencia.
“El colonialista del primer mundo va a decir: ellos mismos se encargan de hacerse pedazos porque hay una tendencia del fatalismo; además, la psique mexicana también ha estado educada en esa lógica de los perdedores, que estamos condenados tan sólo por estar cargando el mapa de Estados Unidos a la postración y a la pobreza. Pero el ciclo de la violencia es mucho más grave porque la violencia va de la mano de la impunidad”, ataja.
Y añade: “Cuando hay una niña que pierde a su mamá en una balacera, la historia no termina ahí, la historia va a durar años y probablemente nunca va a sanar totalmente. Ese largo plazo es lo que me interesa, es mostrar esas secuelas emocionales de la violencia en los sobrevivientes, no sólo en los hechos concretos que ocurrieron, porque hay dos realidades de la violencia, una es la violencia de las calles que cuando la vemos representada en los medios, nos crea el efecto de nos distingue a nosotros como los no violentos, pero ¿qué hay con las violencias internas, con las emocionales?”.
Por Alida Piñón
EEZ