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Héctor García: Un vagabundo con la cámara al hombro

También dedicado a la imagen, el hijo del fotógrafo de la ciudad rememora los impulsos que tuvo su padre para accionar la cámara

Héctor García: Un vagabundo con la cámara al hombro
¡Córrele!, Héctor García, Ciudad de México, 1947. Foto: Foto: Cortesía Fundación María y Héctor García.

Como fotógrafo de prensa me gusta pensar que el título de una de las obras más conocidas de Héctor García Cobo, mi padre, define muy bien al oficio que compartimos: ¡Córrele! 

Fundamentalmente, de eso se trata. De andar para arriba y para abajo, siempre con el tiempo encima y con el riesgo inminente de que la fotografía precisa, el “instante decisivo” del que hablaba Henri Cartier-Bresson, ocurra antes de poder accionar el obturador de la cámara. El riesgo de perder una imagen siempre es altísimo y le ocurre hasta a los mejores cazadores. 

Hoy, cuando nos alistamos a conmemorar los 100 años de su nacimiento con un programa de nueve exposiciones, pienso que mi padre encaró este riesgo como pocos y, tal como lo muestran sus decenas de fotos icónicas, casi siempre salió victorioso de esta batalla contra la fugacidad. La fotografía a la que me refiero, ¡Córrele!, fue tomada en 1947, y muestra a un hombre con indumentaria de campo: sarape al hombro, sombrero, morral y ropa de manta, que atraviesa a toda velocidad una avenida repleta de automóviles. La niña pequeña, que lleva de la mano, batalla para que sus piecitos alcancen a seguirle el paso. 

Famosamente llamado el “Fotógrafo de la Ciudad” por su amigo Carlos Monsiváis, Héctor García consiguió una de sus instantáneas más perdurables —de eso se trata este oficio— con esta composición, que resultó una metáfora muy precisa sobre el momento que vivía la capital. Con la enorme mole de un edificio del Banco Nacional de México a la espalda, los dos personajes de la fotografía, provenientes del campo mexicano paupérrimo, menguante y desatendido, corren por sus vidas entre el frenetismo de la modernidad que, con sus automóviles velocísimos, amenaza con llevárselos de corbata. ¿No fue precisamente ésta la experiencia de miles de paisanos que llegaron a la Ciudad de México a finales de los años 40 del siglo pasado? El rostro del protagonista, oscurecido por su sombrero, hace pensar que podría tratarse de cualquier persona, o de todos al mismo tiempo. 

Autorretrato, Ciudad de México. Foto: Cortesía Fundación María y Héctor García.

Resulta verdaderamente increíble pensar que una imagen tan elocuente, que dice tanto a un sólo golpe de vista, pudiera hacerse con las condiciones en las que los colegas trabajaban en aquel tiempo. Por aquellos años, mi padre utilizaba una cámara analógica de 6x6, que apenas permitía 12 tomas, y que implicaba que debía estar realmente cerca de los protagonistas de sus encuadres, como siempre lo estuvo, de forma tanto física como empática. 

La carrocería que se asoma, difuminada, en el primer plano de la fotografía, da cuenta de que, para lograr esa foto, Héctor García tuvo que accionar la cámara desde el suelo, en medio del bullicio de la vida cotidiana de la capital, y en el instante preciso en el que el señor y la hija aparecieron cruzando la calle. “¡Córrele!”, parece decirle el hombre a la niña; lo mismo que el fotógrafo, con
seguridad, se dijo a sí mismo cuando encontró el instante decisivo. 

Mi padre fue siempre un vagabundo con la cámara al hombro. Sus fotografías no pueden entenderse de otra forma, porque se necesitaba de un estilo de vida errante, nómada, para lograr estar siempre en el lugar adecuado: cuando la imagen estaba a punto de ocurrir. El éxito también dependía de tener la herramienta de trabajo siempre fuera del estuche, lista para ser disparada tan pronto ocurriera la aparición. Por algo, el crítico Antonio Rodríguez le llamó “vago con credencial de periodista”. 

Algunas de sus tomas emblemáticas, como El niño en el vientre de concreto (1953), Entrada de artistas (ca. 1958), Tláloc (1960) y Paso a la luz (1963) no hubieran sido posibles sin este método y disciplina de trabajo. También son un testimonio de la identificación decidida y permanente de mi padre con aquellos perseguidos por la modernidad que, ahora sabemos, no alcanzó a todos los mexicanos con sus promesas de progreso. Una conciencia de clase que lo acompañó la vida entera, habiendo pasado sus primeros años en las calles como vendedor de chicles y periódicos. 

En agosto, una afortunada conjunción de esfuerzos entre la Fundación María y Héctor García, la Secretaría de Cultura federal y la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México verá el inicio de la cascada de inauguraciones que rendirán homenaje a este fotógrafo “pata de perro”, como lo llamaba mi abuela. 

Al igual que él, los habitantes de la ciudad podrán ir de arriba a abajo para acercarse a su obra a través de muy distintos, pero complementarios, enfoques curatoriales. El recorrido comienza el 19 de agosto en el Museo del Estanquillo y continúa, en orden de apertura: en la Galería Abierta de las Rejas de Chapultepec, el Complejo Cultural de Los Pinos, el MUNAL, la LMI Gallery, el Centro de la Imagen, el Museo de la Ciudad de México, la Fundación María y Héctor García y el Instituto Guimãraes Rosa. 

Entre todas las importantes reflexiones que se han llevado a cabo a partir de este ejercicio, quiero destacar la importancia del archivo de millón y medio de negativos que mi madre, María García, ha logrado preservar con recursos propios y algunos apoyos institucionales, con la conciencia de que se trata de un acervo de gran importancia para la memoria de México. Un compendio de imágenes que, además, se encuentra siempre disponible para su estudio y que, también de manera permanente, está siempre en busca de formas de financiamiento para su adecuada conservación. 

El archivo de la Fundación María y Héctor García todavía promete hallazgos importantes, como de seguro ocurrirá cuando todas las tiras de negativos de las fotografías más importantes de mi padre sean estudiadas una por una, como una forma de recorrer los pasos que dio para capturar sus mejores imágenes. Sin duda, ésta será una gran escuela de fotoperiodismo para quienes nos dedicamos al oficio de andar corriendo de un lado a otro para capturar la imagen precisa. 

Quedan todos invitados a celebrar la obra del vagabundo con la cámara al hombro que, en palabras de Diego Rivera logró imágenes de gran “emoción, belleza, plenitud de forma y profunda sensibilidad y comprensión humana”. ¡Córranle! 

Por Héctor García
hectorgasa@gmail.com
fundacion.hg@gmail.com

 

LSN

 

 

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