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Modelo económico de China ¿una alternativa ante la crisis ecológica por la pandemia de Covid-19?

El actual modelo económico debe transformarse con urgencia para poder resolver esta crisis

Modelo económico de China ¿una alternativa ante la crisis ecológica por la pandemia de Covid-19?
Foto: Foto: Freepik.es

Tras la crisis por COVID-19, el éxito del modelo autoritario de desarrollo chino depende de su integración al problema medioambiental.

Un viejo proverbio nos dice que después de la tormenta siempre sale el sol. Su autor, sin embargo, vivió antes de que el clima empezara a depender menos de la biósfera y más del régimen de las fábricas, del transporte y de la ganadería. Hoy ni el clima de las nubes, ni el clima de la economía, ni el clima de la política pueden esperar tranquilidad. Pero ¿cuál es la prioridad en un mundo en crisis? ¿habrá que sacrificar unas por otras?

Tras la pandemia por COVID-19 la humanidad no puede esperar más que un oleaje agitado que urgirá cambiar de barco o remar desesperadamente hacia la costa. En otras palabras, seguiremos observando la expansión del radicalismo político, el incremento de la pobreza y la existencia generalizada de amenazas a la seguridad en distintos frentes. Dichas variables en la historia se correlacionan con periodos de mucho cambio y destrucción, pero también de mucha creatividad.

La respuesta que se propone, al menos para la crisis económica, es la clásica fórmula neoliberal: crecimiento, crecimiento y crecimiento, sin dejar espacio para pensar en más. Lo cierto, sin embargo, es que esta solución bajo las circunstancias climatológicas actuales debería ir acompañada de otras preguntas: ¿cómo salvar a la economía sin sacrificar la biodiversidad o la biósfera? ¿Para qué salvar a millones que se mueren de hambre en esta crisis solo para que en veinte años sus pueblos queden bajo el agua? El actual modelo económico debe transformarse con urgencia para poder resolver esta crisis sin perjudicar de manera irreversible al medio ambiente.

Un ejemplo de una transformación es China. Este país logró sacar de la pobreza a 764 millones de personas entre 1978 y 2019. Para ello ha utilizado la vieja fórmula de crecer, crecer y crecer, contaminando todos los elementos por igual. Sin embargo, el siglo XXI lo recibió con un golpe: miles de personas se reunieron en marchas para protestar porque un décimo de las tierras de cultivo se hallaba contaminadas por metales pesados, porque la mitad de las fuentes de agua urbana no servían ni para lavar un automóvil y porque en las provincias del norte la contaminación del aire reducía en seis años la esperanza de vida de la población. A raíz de esto surge el modelo de desarrollo sustentable, para el que el gobierno comunista destinó 275 mil millones de dólares entre 2013 y los cinco años subsiguientes, el doble del gasto militar en este periodo. A partir de ese momento, al menos en teoría, la fórmula del Partido Comunista Chino (PCCh) cambió a ser «crecer de forma sustentable».

Hoy en día China es por mucho el primer productor de energías renovables en el mundo y ha logrado incorporar estas tecnologías a su propio sistema energético, aunque no todo es bueno, pues en 2019 ha incrementado su producción e importación de carbón, y en las provincias occidentales o fuera de su territorio ha violado el Acuerdo de París en repetidas veces, pero todo apunta a que el compromiso ambientalista chino logrará en el largo plazo consumar un modelo de desarrollo que no se vea impedido por los efectos del cambio climático. ¿Es el modelo chino una alternativa viable para países en desarrollo ante la crisis ecológica? Lo cierto es que no en el corto plazo, pero si la influencia china en el mundo se incrementará no solo bajo una lógica de supremacía económica, sino acompañada por el modelo de desarrollo sostenible de Xi Jinping, la realidad quizás mostraría una mejor cara.

Si creemos en la evolución darwiniana, el futuro es del dragón chino, cuyas escamas autoritarias y un modelo que prioriza las libertades económicas frente a las libertades civiles le han permitido salir mejor parado que cualquier otra criatura ante la crisis. Su éxito nos obliga a replantearnos hasta lo más básico de nuestra cultura política occidental frente a una crisis multifactorial que nos ha hundido profundamente.

El mundo necesita de la tecnología china y del compromiso chino; las soluciones que se planteen a los problemas deben seguir una lógica transdisciplinaria que intente no sacrificar a los bienes públicos de esta tierra que, aunque tormentosa, es la única que tenemos. ¿Es el modelo chino un modelo de perfección? Ciertamente no, padece muchas incongruencias. Sin embargo, lo valioso en él y que el mundo debería aprenderle —más en estos momentos de urgencia económica— es que, en la voluntad de seguir creciendo, lento si quieren, es imperante hacerlo bajo el marco de la sustentabilidad.

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