Existe en Francia, desde hace ya varios años, una morbosa atracción por las historias relacionadas con el narco que se desarrollan en México. Su mayor escaparate es, desde luego, el Festival de Cannes.
Por ese importante encuentro cinematográfico han pasado largometrajes de calidad media-baja, la mayoría explotando con grandilocuencia el problema social que no debería tomarse a la ligera en ningún lugar del mundo. Han sido lo mismo hechos por mexicanos, como Heli, de Amat Escalante, que por extranjeros, como La Civil, de la rumana Teodora Mihai.
Por eso no sorprende que cuando Jacques Audiard, uno de los consentidos de cierto sector de la crítica gala, anunció que haría una cinta sobre este tópico, muchos contuvieron la respiración. Más aún cuando el largometraje sería producido por Netflix, por lo que el dinero no faltaría, y tendría nombres como los de Zoe Saldaña o Selena Gomez en su nómina, por lo que la taquilla estaba garantizada.
Contra lo que se ha discutido en redes sociales, En busca de Emilia Pérez no es una película sobre el narco o las madres buscadoras: se trata de una cinta que narra la transición sexogenérica de un hombre que resulta ser un narco. Aunque parece una tontería, este detalle sutil ayuda a entender un poco mejor la producción y comprender por qué se tomó a la ligera el drama real.
Rita Mora es una abogada que se dedica a defender narcos. Tras lograr hacer pasar como un suicidio el asesinato de la esposa de uno de ellos, es buscada por el “Manitas”, quien quiere realizarse un cambio de sexo, por lo que encarga esa misión a Mora, quien además debe sacar a la familia del delincuente del país.
La película puede dividirse perfectamente en dos partes. La primera es una especie de cinta hecha para TikTok: sus transiciones y cortes nunca duran más de dos minutos, hay muy poco diálogo y prácticamente todo es -mal- cantado pero, de igual forma que en la red social china, lo importante parece ser más el bailable que lo que se dice en él.
La segunda parte intenta ser más sobria y arranca con una decisión inverosímil: luego de cuatro años de desaparición, Pérez hace que su familia viaje desde Suiza hacia México para reunirse con ellos y, mientras se echa un refresco con su abogada en lo que el francés cree que es un tianguis, el antiguo narco decide ayudar a las madres de los desaparecidos, muchos de ellos asesinados por su propio grupo.
En una película con muchos problemas, el burdo retrato del país es lo de menos: el peso de la cinta recae sobre la actuación de Zoe Saldaña, quien demuestra que no es cantante. Lo peor es que la sobreactuación de Karla Gascón, desesperada por caer bien, y de Selena Gomez, desesperada por caer mal, hacen sencillamente poco digerible el filme que dura más de dos horas.
Las canciones en algo que, se supone, es una ópera, sencillamente no funcionan: las letras son una interminable cadena de clichés con beats prácticamente iguales. Curiosamente, la interpretación vocal de Saldaña es la única que se salva, pues Selena Gomez parece cantar con ansiedad permanente y Karla Gascón carece de ritmo.
Emilia Pérez es una película que le exige demasiado al espectador: quiere que crea que las calles de México son esa mezcla de favela carioca y barrio bajo parisino, quiere que crea que lo único que quiere el narco de buen corazón es que lo deseen, que es así de sencillo dejar de ser criminal -y hombre- y que así de sencillo es convertirse en emblema de lo correcto. Ya depende de cada uno qué tan dispuesto esté a hacerlo.
En busca de Emilia Pérez ya se encuentra en las salas de cine de todo el país.
Sigue leyendo:
Corina | Una virtuosa pequeña gran historia