El centro de exposiciones Kunsthalle de Viena presentó la exhibición Y si dedicara mi vida a una de sus plumas, una curaduría del peruano Miguel López con la participación de más de 45 creadores y colectivos procedentes de varias partes del mundo, especialmente de Latinoamérica. El título de la muestra proviene de un poema de la chilena Cecilia Vicuña, escrito en los años 70.
La exposición es una reflexión sobre las diferentes maneras de construir un mundo desde una perspectiva creativa distinta, alejada del concepto de arte en su sentido occidental, como manifestación de una individualidad contemplativa, original e innovadora. Los creadores seleccionados son indígenas, aborígenes, creadores marginales, y sus obras pertenecen a narrativas no vinculadas a los museos y las bienales. La exposición se nos presenta como una espiral, cuyo centro es el gigantesco tronco de un simbólico árbol, obra de Cecilia Vicuña (Quipu quemado, 2018), elaborado a partir de la tradición textil quechua de los quipus, un lenguaje de fibras anudadas usado en la zona de los Andes. Alrededor se tejen historias de supervivencia y resistencia, de colaboración y valoración de comunidades que resisten la violencia económica estructural, la destrucción de los sistemas ecológicos y el olvido de la historia de sus comunidades.
¿Son víctimas o forman parte de la resistencia de políticas hegemónicas? En la era en la que estamos, durante la mayor pandemia que ha conocido la humanidad en el último siglo, la pregunta parece retórica. No lo es. Las causas y consecuencias de la aparición del virus COVID-19 plantean un cambio urgente y necesario, que todo mundo debería enfrentar.
Lo interesante de la selección de artistas es que aporta replanteamientos sobre la compleja situación actual de la que todos hemos sido víctimas, directa o indirectamente. Sin embargo, son las comunidades indígenas, las mujeres y los grupos vulnerables urbanos, sobre las que se ha cebado el impacto económico y de salud, las que aportan propuestas viables para soluciones de mediano y largo plazo. La propuesta de la curaduría es mirar hacía adelante. Considerar las prácticas culturales que harán visible y posible un cambio. A lo largo de esta espiral creativa se exponen obras como el video de Maximiliano Mamani, hijo de inmigrantes bolivianos en Argentina, cuya coreografía de la canción Ramita Seca —de la cantante Aldana Bello— se encarna en la Bartolina Xixa, tributo a la líder revolucionaria indígena boliviana Bartolina Sisa Vargas (1750-1882). Ataviada de dragqueen, Xixa baila en un paisaje desolador de basura y desechos tóxicos, en una de las zonas consideradas sagradas, la Quebrada de Humahuaca, valle desértico ubicado en la provincia de Jujuy, en Argentina. La interesante toma de postura como personaje queer y activista ecológico, crea, con la obra de Maximiliano, un discurso activo, promoviendo un conocimiento más profundo sobre fenómenos de pauperización de zonas naturales transformadas en basureros de las grandes ciudades.
La boliviana María Galindo ofrece textos cortos que, con su particular estilo de proclama, llaman la atención sobre la situación de las mujeres, de las personas transgénero y de otras subjetividades amenazadas por el neoconservadurismo y el neopopulismo, ambas políticas obstinadas en negar la violencia y la justicia para las víctimas. Las frases están acompañadas de los descriptivos dibujos de Danitza Luna, convirtiendo cada imagen en una memoria visual de las vidas femeninas perdidas.
De particular importancia, por el rescate que representa para la historia de la negritud, es el trabajo actoral de Victoria Santa Cruz (1922-2014). Ella y su hermano Nicomedes crearon obras de teatro en Perú en los años 70. Usando la técnica de verbalización y repetición (spoken Word), crearon la acción Me gritaron negra, coreografía que narra el episodio en la vida de Victoria, cuando de niña le gritaron “negra”. Ella comenzó a avergonzarse de su color, pero luego tomó conciencia de que el término derogatorio “gente de color” resultaba mucho más mimético y despolitizador. A partir de lo cual decide asumirse como “negra”, consciente de su identidad, activa y orgullosa de sí.
La comunidad zapatista femenina está presente en la exposición con un sorprendente proyecto de cooperación con las Panteras Negras (llamado la Zapantera Negra, 2017), herederos del movimiento negro de la década de los 60, cuyo activismo rebelde fue un paso decisivo para la toma de conciencia sobre la opresión sistemática de los afroamericanos. El proyecto es una casa de madera decorada con memorabilia y carteles testimoniales del diálogo transcultural y transversal, que une dos historias separadas por décadas en la búsqueda de un lugar justo y digno para las minorías raciales, lingüísticas y de genero.
La exposición activa varios temas que van desde la violencia de género, el racismo o la migración forzada, pero también a partir de las mitologías edificantes, las prácticas femeninas de consenso y el diálogo intercultural. La muestra es un conjunto de expresiones que a menudo no tienen cabida en los discursos de los medios de comunicación o en las redes sociales. Su presencia en el circuito artístico es una ocasión para atisbar a otros mundos desde donde es posible aprender a pensar la historia y el presente desde otras perspectivas.
Por José Manuel Springer
PAL