Columna invitada

A final de cuentas, nada ha cambiado

A lo largo de México y muchas naciones del mundo, escuchamos el mismo discurso y observamos la misma estrategia

A final de cuentas, nada ha cambiado
Juan Luis González Alcántara / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de México Foto: El Heraldo de México

César al hacer la crónica de su conquista de la Galia, hoy Francia, demuestra un doble talento –entre los muchos que poseía–.

Por un lado, más allá de la narrativa militar, el autor ostenta una pluma y estilo al escribir que, no por nada, se califica a los Comentarios a la guerra en las Galias como una corresponsalía periodística. Tal vez, la más antigua. No es una autobiografía, tampoco son las memorias de un generalísimo, no pretende ser una exaltación al genio militar del propio César, dista de ser una arenga que justifica la expansión del próximo imperio. Es una descripción del acontecer histórico con alta dosis de retórica, una especie de crónica de periodismo de investigación en tiempo real.

Por el otro lado, a decir de sus primeros biógrafos –personajes de la talla como Plutarco en Vidas paralelas o, Suetonio en Vida de los doce Césares– le reconocen un don –que es propio de los estadistas de grandes miras o de los pensadores más leídos–: la observación. Esta cualidad se deja entrever en uno de los pasajes de sus Comentarios:

En lo que sería el norte de las Galias, habitaban diversas poblaciones dispersas en dicho territorio con algo en común: eran tribus celtas. No tenían mayor pasatiempo que hacerse la guerra los unos a los otros. César al observar a estos pueblos célticos se percató de otro elemento compartido: se dividían cada una de ellas en tres estamentos o clases. La nobleza o caballeros (en el sentido de poder económico y militar –i cavalieri–) a cuyo cargo estaba el ejército. La clase sacerdotal conocidos como los druidas que tenían bajo su responsabilidad tanto la religión, como la educación. Y, finalmente, el pueblo que tenía –para su desgracia– el hambre y el miedo como consignas.

En este esquema simplista de tales sociedades tribales, César pensó que para conquistarles era suficiente con dividirlas y confrontar a las élites entre sí con apoyos y censuras del pueblo por igual. Sin embargo, César sabía que existía un riesgo: la posibilidad de que naciera la idea de unidad nacional. Quedando fuera de la estrategia cesarista de divide y vencerás, los druidas podían asumirse como centro espiritual que cohesionaría a todas las tribus. Convencido de esta posibilidad, el estadista romano debía tener de su lado a la clase religiosa que, como dijimos, tenía a su cargo el dogma y la educación.

Nada de esto suena desconocido en los tiempos actuales. A poco más de dos mil años que nos separan de la crónica cesarista, nada ha cambiado.

A lo largo de México y muchas naciones del mundo, escuchamos el mismo discurso y observamos la misma estrategia. Dividir a una sociedad que tiene más cosas en común que diferencias, confrontar a las clases, incentivando al imaginario popular para que demuestre su apoyo o su rechazo, y teniendo cerca a los que influyen el alma y la mente de todos.

Julio César no se equivocó: divide y vencerás, al final del día nada ha cambiado.

Juan Luis González Alcántara Carrancá

*Ministro de la Suprema Corte de Justicia

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