El domingo pasado falleció el escritor peruano Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura en 2010 y autor de una gran cantidad de cuentos, novelas y ensayos políticos. Fue uno de los escritores más importantes de la literatura hispanoamericana y mundial, y figura clave del llamado “boom latinoamericano”.
En sus obras de ficción, Vargas Llosa utilizó una técnica narrativa compleja e innovadora, con usos del tiempo fragmentados, narradores múltiples, monólogos interiores y cambios de perspectiva. Su estilo siempre fue directo, pero también culto, refinado y estructurado con gran precisión. Todo lo anterior puede apreciarse en obras tan espectaculares como “La ciudad y los perros”, “Conversación en la Catedral” o “La fiesta del chivo”.
Mario Vargas Llosa no solamente fue un escritor sobresaliente, sino que asumió plenamente el rol del intelectual, es decir, el del pensador que intenta influir activamente en el rumbo de la sociedad. Esto implicó entrar de lleno en el terreno de lo opinable, donde las disputas con frecuencia se tornan agrias y hasta agresivas. En consecuencia, sus posturas fueron discutibles y no pocas veces polémicas. Hay que reconocer, sin embargo, que la defensa que Vargas Llosa hizo de la democracia y de la libertad en Iberoamérica fue aguerrida y decidida.
Él, que en su juventud simpatizó con el marxismo y la revolución cubana, muy pronto se desencantó y no tardó en denunciar la falsedad teórica y las atrocidades prácticas que dicha ideología estaba causando en el mundo entero. Con enorme claridad, el escritor peruano argumentó que los sistemas inspirados en el marxismo han generado estancamiento, pobreza e ineficiencia económica, así como brutales represiones.
Vargas Llosa también criticó el dominio del pensamiento marxista en el ámbito académico y cultural, especialmente en Iberoamérica, acusándolo de dogmatismo y de haber impedido una reflexión crítica y libre.
Como buen liberal clásico, Vargas Llosa se opuso a cualquier sistema autoritario. Fue célebre su definición del régimen priista como “la dictadura perfecta”, ya que, a diferencia de dictaduras personalistas, la mexicana logró perpetuarse manteniendo una fachada institucional, una simulación democrática y cierta estabilidad.
También defendió la libertad frente a las nuevas tendencias cancelatorias que pretenden imponer una suerte de puritanismo ideológico. Criticó con fuerza al “wokismo” por considerarlo una nueva forma de corrección política que limita el debate intelectual, y defendió la pureza del idioma español frente a los excesos del mal llamado “lenguaje inclusivo”.
Que en paz descanse el escritor y el intelectual. Y que sus ideas en favor de la libertad resuenen con fuerza en todo el continente.
POR FERNANDO RODRÍGUEZ DOVAL
PAL