Cuando escuchamos la palabra “Mundial” nuestra mente viaja directo al 2026, evidentemente porque seremos co-anfitriones de este magno evento. Pensamos en estadios llenos, en Lionel Messi, Kylian Mbappé o en la posible redención de algún país que todavía sueña con levantar la Copa del Mundo. Pensamos en México, en Estados Unidos, en Canadá. Pensamos en atardeceres mundialistas, en álbumes Panini, en rituales de camiseta, en lágrimas y abrazos.
Pero resulta que un año antes, sin tanto ruido ni expectativa, se jugará otro Mundial. Uno que el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, quiere posicionar como el siguiente gran producto global, pero que aún no conecta con la afición, sobre todo la local. Este nuevo y grandioso producto es la Copa Mundial de Clubes 2025.
Por primera vez en la historia este torneo reunirá a 32 equipos de todo el mundo, al estilo del Mundial de selecciones, y se disputará en suelo estadounidense entre junio y julio de este año.
Estarán presentes gigantes como Real Madrid (con Carlo Ancelotti en el banquillo), Manchester City (de Pep Guardiola, campeón de la Champions League 22/23), Chelsea (campeón de la Champions League 20/21), Bayern Múnich (clasificado mediante ranking FIFA), Flamengo (campeón Libertadores 2022), Palmeiras (campeón Libertadores 2020 y 2021), Al Ahly, Al Hilal (campeón Champions League Asiática 2021), también Monterrey (Campeón de CONCACAF 2021) y Pachuca como campeón de CONCACAF 2024 además de un club por definir debido al tema de multipropiedad que tanto ha sonado en los últimos días. Sobre el papel, el torneo suena espectacular.
Grandes nombres, duelos intercontinentales, estadios modernos y un mercado tan ambicioso como el de Estados Unidos que parece estar en constante crecimiento futbolístico.
Sin embargo, la realidad es que la respuesta de la afición aún es tibia, insípida e incluso despreciada y dentro del mismo mundo del fútbol la iniciativa ha generado más preguntas que entusiasmo.
Primero, porque la Copa Mundial de Clubes es un torneo cuya historia reciente ha pasado sin dejar huella profunda, más allá de la participación de grandes clubes europeos que han participado con sus estrellas. A diferencia del Mundial de selecciones o de la Champions League, el “Mundialito” —como muchos lo llaman— no ha logrado generar identidad, ritual o incluso recuerdos memorables para la mayoría de los aficionados. Sí, es importante subrayarlo, los clubes europeos usualmente lo ganan pero lo hacen con una mezcla de trámite y obligación.
En América Latina todavía se celebra con algo de nostalgia, especialmente por lo que significaba enfrentarse al campeón europeo. Pero eso ya no emociona igual ni se refleja en ventas. Y ahora, con un formato expandido, con más equipos, más partidos y más desgaste, la gran pregunta es: ¿realmente lo necesitábamos?
La FIFA piensa que sí. Y es fácil entender su lógica. Más equipos significa más derechos televisivos, más boletos vendidos, más marcas interesadas, más minutos de pantalla y, por lo tanto, más ingresos. El fútbol, en su versión moderna, también es una máquina de contenido. Y como toda máquina de contenido, necesita alimentarse constantemente. Pero esta lógica empresarial no siempre se traduce en entusiasmo real.
¿Quién está pidiendo más partidos? ¿Quién sueña con un Auckland City vs Bayern Munich? ¿Con un Monterrey vs Urawa Red Diamonds en Nueva Jersey?
La sobreoferta de fútbol, aunado a la falta de sentido de pertenencia con este nuevo producto, es un tema del que ya se habla cada vez más. Entre las ligas locales, las copas nacionales, las competiciones internacionales de clubes, las fechas FIFA, las pretemporadas, los torneos de verano, los partidos de exhibición, los amistosos y los comerciales con guión, el calendario está reventando. Y no solo lo dicen los aficionados. Lo dicen también los jugadores y entrenadores.
Pep Guardiola fue claro: “Hay que proteger a los jugadores. No somos máquinas”. Jürgen Klopp, técnico del Liverpool, también ha criticado en sus conferencias de prensa el calendario saturado. Carlo Ancelotti lo expresó de otra forma: “Hay demasiados partidos, y los buenos momentos se diluyen”. El fútbol vive una especie de inflación emocional. Cuando todo es importante, nada lo es.
Y ese es quizá el principal reto de esta nueva Copa Mundial de Clubes: lograr emocionar. Porque más allá del espectáculo deportivo, el fútbol necesita historia, contexto, sentido de pertenencia. No basta con poner a dos equipos buenos en una cancha.
El aficionado necesita conectar con lo que ve. Necesita un motivo para celebrar, para enojarse, para creer que lo que está viendo importa. Por eso los clásicos pesan, por eso la Champions emociona, por eso un Brasil vs Argentina paraliza ambos países. En cambio, este nuevo torneo parte desde cero. No hay rivalidades, no hay antecedentes, no hay memoria compartida. Hay espectáculo, sí, pero ¿hay alma?
Y la sede, aunque eficiente, también plantea interrogantes. Estados Unidos ha demostrado ser un excelente anfitrión: Infraestructura impecable, logística pulida, experiencia en grandes eventos. Pero sigue siendo un país donde el fútbol no es prioridad cultural. Donde las camisetas del PSG de Mbappé o del Inter Miami de Messi abundan en las tiendas, pero muchas veces sin la pasión real que las respalde, donde un México vs Corea en Copa Oro puede tener más ambiente que una semifinal entre campeones continentales. Por eso cuesta imaginar que un estadio en Miami se llene para ver un Palmeiras vs Al Ahly, aunque ambos equipos representen historias gloriosas en sus regiones.
FIFA quiere instalar este Mundial de Clubes como una tradición. Como una cita imperdible cada cuatro años. Pero para que eso funcione, tiene que hacer algo más que programar partidos. Tiene que crear una narrativa, tiene que vincular a los aficionados. Porque si no lo logra, será simplemente otro torneo más. Y el fútbol, aunque se diga lo contrario, ya no necesita más torneos. Necesita mejores historias.
Quizá dentro de una década recordemos esta edición como el inicio de algo grande. O quizá sólo quede como una anécdota, como aquel torneo extraño que se jugó un verano antes del verdadero Mundial. Porque al final, el fútbol también se rige por una ley no escrita: no basta con organizarlo, hay que hacerlo sentir. Y este torneo, por ahora, todavía no se siente.
Tu, ¿irás al mundial de clubes?, ¿te emociona?
Te leo.
Por: Diego ‘ALMANAQUE SAGO’
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