Comencé a escribir este artículo primero sobre la libertad del ejercicio de la abogacía, especialmente con la controversia sobre los presuntos abogados de “El Mayo” Zambada, y el deslinde absurdo y sin sentido de Morena, ya que un abogado puede elegir libremente a quien representar sin ser juzgado por ello mediáticamente. Después cambié a escribir sobre el grotesco acontecimiento de la conferencia conjunta del Presidente de Estados Unidos y el de Ucrania; una de las más graves faltas de respeto a un mandatario de la que yo tenga conocimiento, una absoluta falta de tacto político, protocolo y desde luego elegancia; una ausencia de la más elemental educación de parte de Donald Trump y su radical esbirro; el hombrecito de ideas cortas y radicales que le dicen hoy Vicepresidente. Simplemente decidí no escribir sobre ninguno de esos temas y hablar de temas de menor importancia geopolítica.
Hoy cumplo 51 años, y creo que estoy empezando a sentir el alivio de “superarme a mi mismo”, pienso que en inglés suena mejor: “getting over my self”
Uziki Roshi, uno de los primeros embajadores del budismo en los Estados Unidos, usó la expresión "olas mentales" para describir la confusión de la lucha del ego con la vida cotidiana. Las olas, siempre insistía, son parte del océano. “Si estás tratando de encontrar la paz del océano eliminando las olas, nunca tendrás éxito”. “Pero si aprendes a ver las olas como parte del todo, a no molestarte por las interminables fluctuaciones del ego y del yo-yo infinito, tu sentido de ti mismo como cortado, separado, menor que digno o indigno cambiará hacia la suficiencia”.
Pienso que Roshi tiene razón, y lo expresa en una forma muy particular de lidiar con el sentido humano de la insuficiencia personal, una que es notablemente diferente del enfoque psicoterapéutico que busca descubrir patrones emocionales neuróticos y excavar la experiencia de la primera infancia. El cambio viene al aprender a cambiar la perspectiva. La auto-preocupación, el egotismo, después de suficiente práctica, da paso a algo más abierto; y es el descubrimiento de que ya venimos equipados para enfrentarnos a lo que nos pase. Los desafíos de la vida son reales, pero hay espacio para la fe, para la confianza, incluso para el optimismo, aunque a veces cuesta trabajo serlo ante la información que pasa por nuestra atención todos los días.
Sin embargo, el enfoque tradicional, que busca fortalecer el ego, la auto-preocupación y la sobre responsabilidad se centra exclusivamente en las “olas” no en el océano, siguiendo la metáfora de Roshi, quien siempre estaba a favor de enfocarnos en el océano más que en la ola; concentrarnos más en lo mucho que se tiene (el océano) y no en lo poco que nos falta y nos pasa (las olas).
Después de cinco décadas completas en este planeta, puedo decir con certeza que no estoy curado, ni mucho menos iluminado. La gente sigue quejándose a veces de mi ironía, cinismo, frialdad, mi poca sociabilidad y desde luego mi irritabilidad. Todavía tengo que lidiar con los diversos tipos de sufrimiento, duelos y demonios personales que me aquejan, con mis propias tensiones y ansiedades, con mi propia necesidad de tener la razón y mi propia necesidad de que a veces esos conceptos inclusive me gusten. Temas y fantasmas que han estado conmigo desde que tengo memoria.
Y ahora, a mis 51 años, hay cosas que tengo que enfrentar, procesos complejos que transitar que nunca antes había experimentado. Pero tengo algo que no tenía antes. No es exactamente paz interior. Tampoco soy realmente más feliz de lo que nunca fui, ni tampoco logré mis sueños ni lo que me propuse. Sin embargo, la felicidad, para mí, hoy parece tener un punto de ajuste, como un termostato, alrededor del cual circulo, sin importar lo que haga o suceda. Pero ahora tengo los medios, gracias a la edad, mis derrotas temporales y a entender la impermanencia como única realidad, para enfrentarme a lo que sea que la vida me arroje con un poco más de estoicismo, paz y calma.
Aunque en muchos sentidos soy el mismo, mi personalidad es más o menos la de siempre, la diferencia es que ya no soy el prisionero de mi ego, que muchas décadas fui. Cuando los aspectos más difíciles de mi carácter afloran, hoy sé que hay algo que puedo hacer para no estar a su merced. Si bien es posible que mi yo de tres años, siete o doce, veinte, treinta y cinco o cuarenta y siete años no haya renunciado al fantasma, hoy de manera estoica sé que no tengo que ser su víctima indefensa. La vida me ha mostrado dónde tengo control sobre mi propia mente y dónde no. Y no tengo que curarme para tener esperanzas. Es este optimismo lo que más quiero hacer posible para lo que me quede en este brevísimo viaje que llamamos vida.
Hoy ya habiendo pasado la crisis de los cincuenta años y el duelo que trae esa cifra compleja, así como la aceptación de estar más cerca que lejos de la transmutación (una forma más relajada de llamarle a la muerte) siento que el camino que viene es tratar de liberarme de las limitaciones innecesarias de mi propio ego. Cada experiencia y aprendizaje es un contrapeso a mi preocupación egoísta de las miles de situaciones absolutamente intrascendentes y no importantes que desatan mi neurosis. Hoy en lugar de luchar como llevo quince años haciéndolo, me doy cuenta que no se logra saltando sobre las necesidades o demandas del ego, sino centrándose en ellas: reconociéndolas y aceptándolas mientras se aprende a sostenerlas con un toque más ligero, más cuestionable y más indulgente, viajando más ligero, más simple; citando a Da Vinci: “La simplicidad es la última sofisticación”.
Por mi propia experiencia, sé que incluso el material más inquietante pierde su aprehensión, aún con mi piel de velcro; cuando se observa con éxito sin apego o aversión. Cuanto más pueda estar presente con toda la gama de mis propios pensamientos y sentimientos, menos tengo que salir de la habitación por ellos. Al empoderar la capacidad de la mente para observar desapasionadamente, y a ser más real y auténtico, me ha ayudado a ser un poco más libre.
Lo que trato de transmitir es que se pueden enfrentar los desafíos de la vida, simplemente cambiando la forma en que nos relacionamos con ellos. Este es un consejo que doy, pero es como si no lo hubiera dado, uno que nunca me han pedido, pero me siento libre de ofrecerlo a quienes tienen cincuenta o más, o llegan este año a sus cincuenta como la mayoría de mis amigos; un consejo no dado como lo dice claramente Mark Epstein, pero tal vez adecuado.
El objetivo es enfrentar los desafíos con ecuanimidad, no hacerlos desaparecer. Cuando Roshi dijo que se debe aceptar las fluctuaciones de las olas, dicho estoicamente “dejar a la vida ser”, lo decía con seriedad y literalidad absoluta. Una cosa que podemos decir con seguridad es que la vida nos da infinitas oportunidades para practicar. En su mayoría fallamos, pero también hay muchas victorias. ¿Quién puede decir que no le molesta nada, de verdad? O bien que no se inmutan ante los acontecimientos, pérdidas y circunstancias que le suceden, como una especie de Marco Aurelio viviente aceptante de todo; cuando menos yo no conozco a nadie. Sin embargo, cuando hacemos el esfuerzo, los resultados pueden ser sorprendentes.
En un mundo inseguro emocional y materialmente, al aceptar la impermanencia de todo y que tenernos a nosotros mismos es la única verdad, es cuando podemos convertirnos en nuestro propio refugio. Hoy se que nuestros egos e inseguridades, paradigmas y educación condicionada e ilusoria, no tienen que tener la última palabra.
POR JOSÉ LAFONTAINE HAMUI
ABOGADO
EEZ