La Nueva Anormalidad

Una caja de Zapatos (y 200 pares)

A veces hay que interrogar a los objetos. Y a veces hay que hablar de lo que no está

Una caja de Zapatos (y 200 pares)
Nicolás Alvarado / La Nueva Anormalidad / Opinión El Heraldo de México Foto: Especial

¿Acabo de ver por primera vez la Caja de zapatos vacía de Gabriel Orozco hace unas semanas en el Museo Jumex? ¿O la había visto ya antes? ¿Me la topé alguna vez en Kurimanzutto? Sé que no fue en la Bienal de Venecia de 1993 donde la conocí –he estado en Venecia sólo tres veces: una niño y dos casado– pero podría haber sido en el MoMA neoyorquino.

La respuesta es irrelevante, dado que poco hay que verle –es una caja blanca, sin adornos ni logotipos, no muy limpia, cuya forma indica que tuvo por función el embalaje de calzado pero que, en efecto, se exhibe vacía–, y lo importante, que es pensarla, es cosa que puede hacerse ya se le conjure de manera física o a través de un registro fotográfico.

Un objeto cotidiano es exhibido como arte en un espacio museográfico, cuya función es legitimar los objetos que presenta, reafirmar el estatuto artístico que quien los firma les ha conferido. La estrategia abreva de la fuente (y de la Fuente) duchampiana y sirve para reiterar una idea vigente, aun si ya un poco manida: arte será lo que diga quien haya accedido a los emblemas del artista. El twist warholiano –que ostentar esa etiqueta permite ganar millones a costa del esnobismo ajeno, acto que cabe concebir como artístico en sí mismo– es, sin duda, provocador pero también cosa que nos recuerda un día sí y otro también (aunque con mucha gracia) Damien Hirst. La obra, sin embargo, admite otras lecturas, una de las cuales se sintoniza con la pregunta por la naturaleza de los objetos que es leitmotiv de la obra de Orozco: si está vacío, ¿qué permite definir este objeto como un caja de zapatos? De ella se desprende otra pregunta: ¿podría entonces no ser una caja de zapatos?

Podría pero difícilmente llegaríamos a pensarla así, acostumbrados como estamos a que las cajas de esa forma y esas dimensiones contengan dos piezas de calzado destinadas al uso de una sola persona: he ahí una asociación semiológica difícil de derrotar, entre otras porque se verifica para el aplastante grueso de las cajas que responden a esa morfología. Aun en un museo, aún vacía, aun en ignorancia de su título artístico, ese objeto será leído por la enorme mayoría como una caja de zapatos, y quien pretenda cuestionarlo se verá obligado a demostrar lo contrario.

En Teuchitlán han aparecido los zapatos sin la caja. No un par sino 200. En una fosa clandestina. Junto a un horno crematorio.

¿Caba la posibilidad de que se trate de un montaje de los enemigos del gobierno? ¿De un set cinematográfico? ¿De una acción artística? Cabe. Sólo que en un país donde el número de desaparecidos no localizados ha visto aumentar su promedio diario un 128 por ciento en los últimos siete años quien pretenda hacernos tragar ese cuento se verá obligado a demostrar lo contrario.

POR NICOLÁS ALVARADO

COLABORADOR

IG y Threads: @nicolasalvaradolector

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