En casual coincidencia con la conmemoración de un aniversario triste en la triste cadena de sucesos de la conquista y en la innecesaria glorificación del ya glorificado tlatoani de la derrota mexicana, Cuauhtémoc —cuyo vuelo en descenso nos define y simboliza—, el gobierno de México le envía como tributo al emperador del norte, un racimo abundante de narcotraficantes para ver si con ese gesto se ablanda su inclemencia y afloja la terrible presión, cosa más o menos dudosa a estas alturas, pero ante la cual no hallamos una política previa, sino más bien un conjunto de cesiones y concesiones interminables, pues de nosotros se diría, todo hacemos para darle gusto a quien nos amenaza, amaga o advierte y carecemos de otros recursos como no sea jugar en sus terrenos, someternos a sus calendarios y exigencia, mientras esperamos con la cabeza fría, eso sí como si la temperatura cerebral determinara el acierto o el error del pensamiento o la exactitud de nuestra reacción ante quien de antemano nos mostramos obsecuentes y condescendientes, como ha sucedido una y otra vez desde el inicio de la 4.T.2 y aún antes, porque la movilización de tropas a la frontera ha sido el primer gran signo de aceptación de cualquier solicitud o imposición con tal de sentir flojita la tenaza del cuello, y como segunda muestra de docilidad, decimos ahora: ahí le mando, señor, a estos extraditables cuya expulsión del territorio nacional, en bruto y en paquete, no ha requerido la tramitología por los pasos judiciales a veces innecesarios, más bien lo hemos hecho de manera empaquetada y repentina, fast track, dirían los angloparlantes; por la vía expedita quienes conocen castilla o a la carrerita, si se quiere el uso coloquial de la premura; pero el caso es simple, ahí tiene usted esta muestra de la buena voluntad nuestra y de ella, eso no se dice, se insinúa esperamos algo en correspondencia, si le parece a su excelencia y por eso mostramos paciencia y condescendencia, y le hemos entregado un surtido terrorista (dice usted), una pandilla entera de diferente composición, pues va desde los gafes desertores hasta los temibles zetas y sobre todo, la cereza del podrido pastel de criminales al celebérrimo Rafael Caro Quintero, cuya apariencia de anciano enclenque no recuerda su fiero aspecto de capo de todos los campos durante algún tiempo, y así les entregamos, en abierto seguimiento de la política calderonista de trasladar a aquellos dominios a los felones cuya prisión no podemos siquiera garantizar aquí, porque ni eso sabemos hacer y cuando se logra la aparente justicia hasta se nos fugan de los penales, cosa imposible allá y ahora podemos preguntar, ¿me estoy portando bien, señor?
POR RAFAEL CARDONA
COLABORADOR
@CARDONARAFAEL
MAAZ