La nueva anormalidad

Paquita vive (¿Quién mató a Tongolele?)

Una, voz del desamor convertido en ardidez; la otra, máximo movimiento del escenario extinto. Este, un homenaje

Paquita vive (¿Quién mató a Tongolele?)
Nicolás Alvarado / La Nueva Anormalidad / Opinión El Heraldo de México Foto: Especial

Paquita vive. Vive porque, aun si producto paradigmático del siglo XX y de la chilanga colonia Guerrero –su severo peinado, su cargado maquillaje, su repertorio seriocómico sólo habrían podido producirse en ese tiempo y lugar–, encarna una concepción de las relaciones de pareja y de su procesamiento afectivo que valdría concebir como un eterno mexicano.

Los mexicanos amamos con fragor hasta que el idilio termina, incidencia de la que nunca es factor el carácter intrínsecamente transitorio de la pasión y mucho menos nuestra responsabilidad individual: si –Manuel Alejandro dixit– el amor acaba es porque el otro es una rata de dos patas, escoria de la vida que tanto daño nos ha hecho (y a mí que me esculquen). Así, lo que se antojaba merienda completa termina por saber a taco placero (“pero insípido, sin chile y sin sal”, machaca aquella que nunca se topó con una reiteración que no le hiciera agua la boca).

Paquita la del Barrio vive en el corazón de un país que tiene una relación ambigua con la corresponsabilidad, en lo cívico como en lo afectivo; su voz no cantará más pero su espíritu insufla una erótica nacional que tiene como emblema señero Sala de Despecho, cadena transnacional de centros de consumo –con 14 establecimientos a lo largo y ancho de la República, además de sucursales en Madrid y Caracas– en que se oficia noche a noche un ritual en que el desamor muta en ardidez, deviene experiencia a caballo entre el camp y el kitsch. También de frivolidad se llora.

Relevado del fardo de la existencia carnal el mismo día que el de Paquita la del Barrio, el espíritu de Yolanda Montes “Tongolele”, en cambio, no parece haber vivido para contarlo. Producto de la modernidad al mismo título que Paquita –aun si de entorno todo otro: Doña Yolanda era criatura del plató cinematográfico y el nightclub de postín–, Tongolele encarna sin embargo valores que se antoja ya difícil identificar o cultivar en nuestros tiempos.

Gringa medio francesa y medio española, medio sueca y medio tahitiana, triunfó en México bailando una cosa medio tahitiana y medio hawaiana cuya lingua franca (y traviesa) sería hoy incapaz de lubricar la yerma noción de apropiación cultural. Exótica primigenia (y literal: era culturalmente extranjera en todas partes), su faz felina y su cuerpo sicalíptico fueron objeto de un erotismo ingenuo –todavía capaz de azoro– que parecemos haber perdido en estos tiempos de porno 24/7 y empacho sexual. Con ella muere una concepción de la noche: seductora pero no violenta, peligrosa pero no mortífera, poblada de personajes de dudosa reputación, no de representantes del crimen organizado.

Han matado a Tongolele y nadie atina a identificar el culpable. Por la ventana del camerino se filtra una musiquilla: ¿ jingle de campaña o corrido tumbado?

POR NICOLÁS ALVARADO

COLABORADOR

IG y Threads: @nicolasalvaradolector

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