No tengo reparo con los spoilers: no sólo porque me da igual la identidad del hijo de la Colorina sino porque, cuando la revelación final resulta toral para significar una narrativa –i.e. Norman Bates es su propia madre–, es imposible tener la discusión –comprender a los personajes, las situaciones y sus implicaciones psicológicas, políticas, sociales, filosóficas– sin aludir a ella. (Si podemos postular la Psicosis de Hitchcock como un provocador estudio sobre la psicosis esquizoide pero también sobre la feminidad en tanto constructo es sólo porque sabemos que Norman Bates es su propia madre.)
Esta entrega de mi columna hace spoiler de la Cónclave de Edward Berger, y no puede evitarlo porque lo precisa para discutir la idea central de la película. Quien inisista en descubrir su resolución por sí solo deberá detener la lectura aquí.
Cónclave parece menos interesada en los mecanismos de la Iglesia católica que en el proceso de elección de un nuevo papa en tanto parábola política: bajo los aparejos de un thriller se oculta una elegante reflexión metonímica sobre la actual crisis de la democracia liberal.
Un papa ha muerto. Entre los cardenales con probabilidad de sucederlo figura un italiano oscurantista, belicista y racista (Sergio Castellitto): uno que habla de guerra santa y misa en latín y refiere a los musulmanes como “animales”. El británico (Ralph Fiennes) y el estadounidense (Stanley Tucci) encarnan los valores del Occidente liberal: una Iglesia abierta, dialogante con otros credos, respetuosa de la diversidad sexual, equitativa en materia de género.
Lástima que, como todo demócrata liberal en en el siglo XXI, los buenos señoros no sólo inviertan más tiempo en discutir y dar voces que en hacer, sino que estén negados para conmover: la fe mueve montañas salvo cuando su conducto son dos policy nerds. Oportunidad dorada para el avance del canadiense (John Lithgow), un moderado tibio y mentiroso, o del nigeriano (Lucian Msamati), perfecto para la galería en tiempos de reivindicaciones identitarias –es negro– pero tan retrógrada como uno y tan embustero como el otro.
La película celebra los procesos institucionales de la democracia liberal –encarnados por Fiennes, cuyo personaje es decano del Colegio Cardenalicio– pero también reconoce sus limitaciones. En un twist sorpresivo, los vientos de renovación y la derrota tanto del populismo –ya reaccionario, ya identitario– como de la corrupción pasarán por la adopción de un nuevo paradigma: el nuevo papa no será el que hable de paz sino el que la procure, no el que defienda la diversidad sino el que la viva.
Universal haría un gran servicio a su país al enviar una liga con la cinta a todos los políticos del partido Demócrata. Y ya en el abuso, ¿podría haber para los de la oposición mexicana?
POR NICOLÁS ALVARADO
COLABORADOR
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